Carmen Vera
Para ti Abe, con mucho cariño
Antes de escribir este texto, di varias vueltas al tema… era difícil encararlo… no sabía por dónde… se me escurría de las manos… no lo podía sostener… me resistía, pero al mismo tiempo, tenía la necesidad de hacerlo.
Si la vida son ciclos que debemos culminar, me resulta complicado pensar cómo se logra si uno no hace las paces con la otra cara de la misma moneda. Si amarnos es una motivación legítimamente humana, natural e inocente… entonces el amor no se planea, sólo se anida en el corazón y ahí se expande.
Pero hay otra parte, la desconocida, la invisible, la sufrida. Fueron unos treinta años que estuvimos cerca como compañeros de trabajo, en los cuales, alcanzar la cima en la docencia y en el servicio a los demás fue un objetivo loable y admirable que vi siempre en ti.
Las equivocaciones y fallos del camino se incluyeron en este sendero. Era así como se adquiría experiencia: ennobleciendo el servicio en nuestro trabajo.
Y ahí estabas metido en esa “guarida” computacional, dando clases, investigando, sirviendo, atendiendo las necesidades de los demás, como si no hubieran sido suficientes las tuyas y las de tu familia. Corriendo en los quince minutos de descanso, con un cigarro y tu café, recargado en el barandal del tercer piso, riéndote de cuanta cosa veías a tu alrededor; me parecía que había momentos que hasta disfrutabas de la aventura de la vida.
Estar en una universidad innovadora que nos concibiera como una comunidad, interesada en una humanidad sin tantas distinciones, no fue nada fácil, ni para ti ni para los que estábamos a tu alrededor. Los años fueron otorgándote la sabiduría necesaria e indispensable de un educador: una actitud de comprensión hacia el alma del otro.
A pesar de esa gran tarea, en tantos años, nunca te vi arrogante o iracundo. Es verdad, no lo digo porque ya no estés, pero fuiste íntegro y bastante generoso.
En este mundo universitario buscamos respuestas mientras nos embisten las preguntas; perseguimos la luz en tanto nos asusta la oscuridad, son las dos caras de la misma moneda, las dos orillas de un río caudaloso que va a dar al mar.
Cuando pienso en tu aula y sé que ya no estás ahí, me “desconcierto”, me distraigo. Es una lucha, dentro de mí… Me quedo quieta, ya que moverme me deja en suspenso.
Pienso en El Principito cuando dice: “Solo a través de experiencias de sufrimiento y prueba, el alma del ser humano se fortalece, y la visión se aclara”.
Vivencias como éstas, quizá me hagan más humana. Me quedo con la alegría de haber sido tu compañera de trabajo, con el gusto que tenías cuando hablabas de Elías, de las mejoras en tus ojos, las ideas de cómo enseñar con recursos que facilitaran la educación.
Considero que los verdaderos compañeros de trabajo, los que en verdad nos acompañamos en el camino, son difíciles de encontrar y de perder. Se trata de estar siempre ahí. Cada historia tiene dos lados: el que vemos y el que desconocemos.
En esta vida universitaria, hay cosas importantes. Se trata de a quién le toca, a quién ayudamos; se trata de inspirar, motivar, alentar a quienes nos rodean. Es una difícil misión en nuestro universo, pero no por ello imposible, y no por ello se deja de intentar cada día.
Maravilloso mundo universitario para los que en verdad lo amamos.
Tengo algunas dudas que me inquietan y que ya no alcancé a preguntarte: ¿en qué momento nos olvidamos de nosotros mismos?, ¿cuándo se nos olvidó nuestra fragilidad?, ¿en qué momento perdimos la visión de que vivir ilusionados con nuestra vocación es un premio al que aspiramos los docentes?, ¿en qué instante no volvimos a mirar el recuento de ilusiones y fracasos como un gran testimonio del eros paidagogikós* que alimenta nuestra vida y pasión?, ¿en qué momento podemos perder para ganar?
DESCANSA EN PAZ, QUERIDO ABE
*Platón y el eros paidagogikós:
Sólo quien hace las cosas con verdadera vocación tendrá profundo amor a eso que hace. Sólo él irá al trabajo henchido de las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y el amor. La docencia no puede hacerse sin amor, sin dar amor y sin recibir amor.