Yeltzin Vanessa Huerta Monroy
Licenciatura en Medicina
División de Ciencias Biológicas y de la Salud
Los pasos del destino marcan la costa infinita. Cada paso, los pasos de la vida, de la valentía; los pasos de la guerra, esa guerra tan sublime y tan constante que se revela a cada instante y que nos grita desesperada ¡por favor ya no me hieran… ¡Ya no!
Las olas mojan los pies de acero que se sumergen en la arena profunda, suave y herida, esas olas que se levantan por los aires como la paloma cuando abre sus alas al compás de la alborada, esas olas que golpean desesperadas sacudiendo la conciencia del humano que cada día parece no usa su raciocinio y es cruel, inconsciente e inhumano; pero tan frágil como brisa salada del océano que le ruega con un poco de ternura, que ya pare, que ya deje en paz la vida de sus profundidades. Se lo pide desde lo más profundo de sus aguas tan saladas como las lágrimas de ese ser que sufre, que anhela, que sueña y que ayuda.
Con los ojos cerrados se contempla la belleza del mar a través de cada poro de la piel, la cual siente el viento como un rose de alivio, de esperanza y de paz. Cuando lo miras es como observar un gran mundo, un universo, del cual cuestionas su contenido tan intrigante, así como un libro que queremos leer para saber más de los secretos ocultos, así como el mismo mar oculta sus tesoros más valiosos.
¡Hey humano! El mar es grande como las ilusiones de los navegantes, profundo como el sentimiento del marinero que lo transita, lo conoce y desconoce cuando en sus profundas aguas lo desvía por mundos inimaginables y misteriosos; que le teme porque suele ser implacable cuando está herido. El mar profundo guarda los secretos de los hombres aventureros que dejaron huella en la esencia de sus aguas saladas de gloria y pena.
¡Vida, vida!, grita el mar, suspiros de un sentimiento inefable retumban en su cuerpo tembloroso e inestable, como su marea movida por el sol radiante y la sabia luna que cada noche lo acompaña, contemplando su belleza nocturna tan silenciosa.
Las estrellas son testigos del cielo que observan al mar con deseo de entrar en su alma marinera, la cual posee añoranzas de eternidad, de larga vida, de recuerdo e ilusión, que pide misericordia con lágrimas de dolor, reclama y enfurece por los atentados en su contra, por la muerte de sus especies; que se duele, con ese dolor que le desgarra la profundidad de sus entrañables aguas. Le causa tristeza que amarga, que mata, lo desilusiona y no le da calma. Su grito desesperado en las noches de tormenta reclama, castiga y cuestiona ¿acaso no hay empatía?, ¿no hay conciencia?, ¿no hay amor? ¡Qué crueldad! ¡Qué furor!
No somos conscientes, el señor mar no está contento, acabamos con su legado día con día, ¿acaso seremos castigados por tales actos?, ¿acaso no dejaremos que invada en nuestros corazones un poquito de esperanza y compasión? Esos seres que habitan en sus profundidades, maravillosos, que a flor de piel reflejan su verdadero yo… tal cual son tiernos, veloces, peligrosos, extrovertidos, raros, capaces, enormes, pequeños y muchos con mejor conciencia e inteligencia que el que se dice ser humano… esos seres que sólo buscan un hogar en las cálidas aguas maternales, que los arrullan día y noche.
El mar nos observa desde su estancia y contempla silencioso con su aterradora inmensidad. Olvidamos que es más grande que todos, más que la tierra que pisamos con nuestra presencia traicionera, nuestra presencia codiciosa que derrama veneno matando sus aguas y la vida marina que no respetamos, no valoramos y no apreciamos, por falta de cultura e ignorancia. Da tristeza y pena ajena.
Es un punto medio del ser humano con la naturaleza una conexión significativa, especial o al menos se podría considerar así; es decir, hay sentimientos encontrados que vibran en la piel y nos hace saber que algo nos une con el mar más allá de lo que imaginamos. Sin embargo, le hemos causado daño más de una vez, causamos su llanto de manera inconsciente y desmedida, lo cual debería de causarnos un poco de remordimiento. No puedes traicionar a algo que te ofrece mucho, es incorrecto no dar nada a cambio, debemos corresponder con lo que nos ofrecen o incluso más, según sea nuestro aprecio y amor, porque no nos damos cuenta de la importancia de cuidar nuestros patrimonios naturales, en este caso, el bello mar, el agua.
Sus olas fluyen como una melodía dulce que empapa los oídos de calma, te llevan a otra dimensión de la que ya no quieres regresar porque ahí no hay dolor, no hay angustia, no existe la tristeza, todo es paz… éste es el regalo del mar para quien lo entiende, lo escucha, lo interpreta con amor. Es maravilloso e inspira. Nos hace saber que todo pasa: lo bueno, lo malo, lo que viene, lo que se fue, lo que empieza y lo que termina.
Su silencio revela mucho, se ve solitario, pero no lo es. Imaginemos estar frente a él en una noche, no hay nadie más, sólo nuestra presencia y la del mar, en el reflejamos nuestros secretos, nuestros sueños, nuestros miedos y nuestro verdadero yo, en una noche tranquila y fresca donde la luna es testigo de lo que acontece. Así de especial es, por eso llega a tocar lo más profundo de nuestro agitado corazón.
Es importante saber cuidar aquello que nos brinda vida, hay que dar vida para tener más. Si acabamos con lo poco que queda, estaremos arruinados por ser desmedidos y entonces no habrá nada qué hacer. Un día todo se acabará al paso que vamos, a un paso de destrucción, de muerte sin marcha atrás, sin retorno. Sólo quedará el viento de la ausencia y los demonios de olvido.