Marian García Tapia
Estudiante de la maestría en Desarrollo y Planeación de la Educación, DSCH
UAM Xochimilco
Voces de los estudiantes
La incertidumbre con la que nos quedamos en casa nos acompañó lo que pareció una eternidad, permaneció con nosotras y nosotros como un miembro de la comunidad universitaria desde hace casi dos largos años. Ahora que podemos vislumbrar el final de este tortuoso túnel, es necesario reflexionar sobre lo que pasará al regresar a nuestra Universidad.
Aunque las labores no se detuvieron, las condiciones fueron muy distintas; pude reconocer a mis profesoras y profesores desde el cuadrito que encerraba y, a su vez, exponía su espacio privado. Vi sus libros, la decoración de sus hogares, escuché su cotidianeidad mientras ese pequeño cuadrito, más parecido a una ventana, se ponía en amarillo cuando nos dictaban las labores del día.
Conocí a mis compañeras y compañeros de la maestría mediante una pantalla, reímos y platicamos en el chat que nos presta Zoom para mantener una conversación sin interrumpir una clase. Aunque hablamos poco en comparación a como lo hacíamos habitualmente en la presencialidad, logramos crear lazos que se guardan en la memoria y en el corazón. El trabajo en equipo que demanda la Unidad Xochimilco fue una experiencia única e incluso me atrevo a decir, enriquecedora, operativa y dinámica, pero siempre nos faltó el calor humano, la cercanía que se construye con la discusión académica.
El regreso a clases presenciales nos mantiene a la expectativa de experiencias que no hemos vivido en la Universidad, algunas compañeras y compañeros nunca han pisado las instalaciones xochimilcas, no conocen los jardines, la biblioteca o la cafetería —una de las atracciones universitarias más aclamadas por el estudiantado gracias a sus bajos costos y excelentes platillos—, los pasillos donde te encuentras con tus colegas y caminas hacia cualquier lugar, dando lugar a esa plática después de clase que derivaban en un sinfín de otras discusiones, otros temas, otras reflexiones. Saberte a ti misma o mismo como parte de una comunidad universitaria que te respalda, cuida y acompaña en el proceso de construirte como un profesionista al servicio de la sociedad, son algunas de las cosas en las que pienso y anhelo cuando escucho hablar del regreso a las aulas.
Los beneficios que nos brinda la Universidad no están sujetos al espacio físico en el cual se ubica, pero sí estoy segura que es un punto de encuentro para muchos de estos. Cada Unidad de la Universidad Autónoma Metropolitana tiene lugares que cada estudiante, profesor, profesora, trabajador o trabajadora extraña. Por ejemplo, en Azcapotzalco, la Plaza roja, cuya remodelación está por terminar; la biblioteca más grande de toda la UAM en Iztapalapa; el paisaje de la ciudad que nos brindan los enormes canceles de Cuajimalpa; el aire fresco y renovador de la Unidad Lerma; la majestuosidad con la que te recibe el edificio de Rectoría General, y Xochimilco, con su jardines amplios y acogedores donde hay edificios unidos que asemejan a la interdisciplina con la que trabaja el Sistema Modular, la cercanía y lejanía que mantiene con la zona urbana, la tranquilidad que nos refleja el azul que la distingue. Todas las sedes guardan una armonía y serenidad que ninguna otra institución educativa me ha transmitido; pero regresar a Xochimilco me hace pensar en mi hogar, en mi Casa Abierta al Tiempo.
Voces de los estudiantes