Publicación bimestral de la Coordinación de Extensión Universitaria

Cauce en línea

Nuestra última Combustión

Letras en línea

Jorge Gabriel Karam Hernández
Licenciatura en Sociología
División de Ciencias Sociales y Humanidades

A ella,
por enseñarme a sentir con las manos,
con los ojos y con todo
el corazón.

A mis sentimientos
e irregularidades.

A las aulas, a los pájaros,
a los pasillos interminables. A nuestro caos,
a nuestra brevísima historia de amor.

A los valientes testarudos.

Advertencia

Esta es una historia ficticia con algunos lapsos de hechos reales. Todo es mentira. Nada es verdad y viceversa.
Tan sólo una brecha, una grieta mal sanada. De hecho, es meramente eso; tan sólo una realidad alterna. Un suplicio, una despedida, una sonrisa lejana, un sentimiento atemporal y prematuro que primero se adelantó y después llegó tarde. En ningún momento pretende este texto caer en lo abstracto ni en lo absurdo, ni divagar en lo que no es.

Tan sólo echar raíces en lo justo.

Atentamente, el autor

“Debía buscarte una vez más, tenía que intentarlo. No podía quedarme con todo el amor del mundo atorado en cada una de mis mañanas. No sabes cómo extraño escribirte “Buenos días”.
SANTIAGO BERTI

Epílogo

Empecé a escribir esto cuándo mis sentimientos comenzaron a tomar dimensiones colosales, superando incluso el tamaño mismo de la tierra, de los muros, de las grietas, del eco de los planetas, del espacio gráfico y vacío que ambos nos pintamos de por medio.

He estado muy triste y sé que se me nota. Tu imagen se me aparece como hoja de otoño que arroja la estructura de un árbol en nostalgia. No necesito a los demás para poder encontrarte y estar contigo, y eso me aterra. Más porque sé que no estás aquí, y porque te fuiste no sé a dónde; lo que hace aún más complicada nuestra huida. Además del océano de motivos por los cuáles no deberíamos estar juntos y los miles de kilómetros de culpa que nos separan.

Aquella separación que no ha alcanzado siquiera a tumbarme o destruirme el recuerdo vivo que aún conservo de ti. Estoy completamente lleno de brumosas melodías adquiridas dentro de la órbita espacial de nuestro ya lejano 2014.

¿O es qué acaso no te sientes incómoda de significar tanto para este ser que es tan poco?

Con la mano en la cintura y quizá la otra en el corazón, le juro fidelidad a la penumbra de un recuerdo que fue nuestro. A los juegos de luces artificiales que bien pudimos ser nosotros. A las aguas estancadas como charcos, en donde no florece nada ni nadie. A las estrellas fugaces que llegaron tarde.

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A ti.  
A tu recuerdo, que es lo único que me queda.
Al silencio…
A todo eso en dónde alguna vez estuvo nuestro nombre.a

La vida me va a quedar debiendo todo el amor que inventó para nosotros. Tal vez bajo otro cielo el universo nos sonría. Aun así, no me arrepiento de haberte amado tanto en tan poco tiempo, ni en esta vida ni a las deshoras de otra.

Nunca dejes de querer, por favor.
Nunca dejes.
Nunca.

Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante
porque todo lo que existe ahora mismo
nunca volverá a ser igual

JOSÉ EMILIO PACHECO

“Poesía no eres tú. Porque si tú existieras
tendría que existir yo también.
Y eso es mentira.”
ROSARIO CASTELLANOS

II

Era 31 de diciembre. A diferencia de otros años, los fuertes vientos fueron excesivos en la Ciudad de México. El cielo resplandecía su azul despejado, aunque de igual manera el ambiente se veía mermado por algunas capas de tierra que se levantaban a ratos.

Hoy volví a faltar al trabajo, es la quinta vez en este mes. No soy una persona impulsiva. Esta mañana me desperté triste. Mi corazón palpita notas de piano. Mi alma no parece de 22 años. Ojalá me despidan. La vida es un asco.

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Me gusta caminar por la ciudad y escuchar su ruido. Admiro cómo es capaz de tirarte espejos en cada esquina. Siempre suspendida entre el caos y la alegría, sudando prisas y escatimando reencuentros; llorando a carcajadas los momentos de cualquier recuerdo. Creo que éste es mi día favorito del año: cuando todo se acaba y sólo se despide, cuando todo vuelve a sentirse cerca. Aunque también a veces pienso, que esta fecha sólo fue inventada para despilfarrar nuestro dinero en uvas con sabor a “deseo” y regalos envueltos con hipocresía y resentimiento.

¿Todavía hay alguien que se trague ese cuento? Al final del día creo que todos van para allá. No importa lo mucho que se repita. ¿Para qué me escapé si tengo que regresar? Es estúpido vivir bajo las pieles de los días intransitables. Negaré todo, ni modo.

Más vale repetir que lamentar


Nuestra Última Combustión
(notre petit riot)

I. La sed

“La primera vez
no te conocí.
La segunda, sí”

FEDERICO GARCÍA LORCA

Hace tiempo que tengo un sueño recurrente. Un sueño que es recuerdo y al revés. Lo único que de ti tengo, además de tu nombre, es esa canción con la que indirectamente te despediste, posteándola desde tu muro de Facebook, antes de desaparecer de mi vida para siempre. (?)

De hecho, la descargué para que un día cualquiera, como este, por muy solitario o extraño que parezca, vinieras a mi mente de esta manera. Así, sin antelación ni malinterpretación alguna. Sólo así, con gran cariño y sin avisar.

Todavía existe dentro de mí, aquel hueco que dejaste junto al
vértigo de emociones que, si supieran expresarse, te aseguro

que solamente sabrían decir tú nombre.

Aún mantengo imágenes tuyas, sentada por los pasillos largos y las escaleras grises de la escuela, siempre con la mirada tan curiosa y esquiva, con suéteres de holanes que te llegaban hasta las muñecas y alguna canción de ska desde el fondo de la bocina de tu celular, que se apoderaba poco a poco de la pequeña atmósfera que formabas.

Realmente eres/fuiste algo muy especial en mi vida. Nadie sabe de ti más que yo. Mis entrañas y estas memorias vivas, cercanas, que aún no saben decirte adiós. Por ejemplo, hoy te recordé entre los pasillos del metro Ermita, hace ya casi seis meses que te vi ahí por última vez, intercambiamos audífonos mientras esperábamos el Uber y, al volver, parece que nos despedimos para siempre.

Desde aquel momento me hice un poco a la ilusión de volver a encontrarte por ahí algún día, emergiendo de entre las raíces y multitudes de esta ciudad, pero jamás sucedió, ni sucederá.

Mientras sigo cantando y caminando estos pasillos, tratando de incorporarme al subterráneo con aquella canción que solamente puede mostrarme tu imagen como sombra viva, REAL, casi palpable, en donde yo pueda fabricar alguna despedida…, buena, formal. Como para salvarnos la vida saldando viejas cuentas.

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Pero no, sabía que seguiría quedándome con las ganas, guardándome estos impulsos de buscarte y recitarte estos ‘silencios’ y estos ‘adioses’ que nos llevaremos hasta la tumba.

Fue entonces cuando te vi. Estabas parada en el balcón del final del pasillo, quieta e inmóvil como esperando a que algo sucediera. Frené mi paso de golpe. Sabía que si esto era real, sería el momento que tanto estaba buscando. Algunos hombres sólo consuman sus posibilidades en dos tiempos: primero el del impulso de su desenfreno y después el de la consciencia (deberíamos evaluar antes lo que perdemos a causa de la consciencia). Sin pensarlo mucho, me armé de valor, respiré profundamente y a partir de ahí decidí solamente andar con pasos firmes…

«Es un milagro encontrarte por aquí», dije.

Volteaste clavándome la mirada sin ninguna sorpresa. Enseguida continuaste mirando hacia la nada.

«¿Cómo has estado?», pronuncié para ver si así se rompía el silencio que tenías entre labios, pero de nuevo nada. Los poros de tu frente brillaban de angustia, lo cual me desanimó por completo. Sabía que no era el tiempo y que quizá no debí haberme acercado a hablarte.

«¿Qué has hecho?, ¿estás bien?», pregunté en un último intento, pero no hubo respuesta.

Aquellos muslos tuyos, con capas rojizas de marcas que evidenciaba que habías estado sentada antes en el piso, titilaron en la incertidumbre, meneándose hacia la disolución. Parecías angustiada, perdida en sí, impaciente. Me miraste con desafiante distancia, como quién de tanto caminar se cansa.

«Es mejor que te vayas», murmuraste dictatorialmente, quizá de manera hipócrita, pero congruente. No sé si fue que le temías a nuestro entorno o a nuestro pasado, pero sabía que mentías. Se podía ver en lo torcido de tu sonrisa que el miedo te corría por dentro, y sé que por eso mentiste. Pronto lo comprendí, y justo cuando pretendía emprender la huida, tomaste mi brazo como quién renuncia caer al abismo de una sombra.

«Ven, salgamos de aquí», soltaste junto con una mueca etérea que rasgaba tu cara y terminó en sonrisa bonita, maligna.

¡Ahí estabas! Sabía que no te habías ido a ninguna parte. Que no habías desaparecido ni cambiado. Que todo era parte de una pantalla elaborada para no atrevernos a tentarnos de nuevo el alma, el corazón.

Eufóricos, corrimos de la mano en sentido contrario al de todas esas manos y pies, de esas gentes que no renunciaban a su mismo circuito de siempre. De pronto se me vinieron a la mente, como balas, aquellas historias sobre los árboles nómadas que se trasladan de un lugar a otro, y lo preventivo que era tocarse un botón al escuchar la sirena de cualquier ambulancia.

Al despejarnos de todo el gentío, nos detuvimos frente a los cristales que dan a la gran Calzada de Tlalpan. Fue ahí donde al ver los autos pasar y alejarse, mencionaste algo así como que habías cambiado, que la vida nos había tomado por rumbos distintos y que ya no eras nada de la chica que yo recordaba.

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Hasta la fecha, jamás logre entender a qué te referías con exactitud. En ese momento yo sólo quería darme el lujo de observarte detalladamente. Guardarme bien este momento junto con todas tus facciones, antes de que decidieras desaparecer o perderte de nuevo.

Sé que lo que diré sonará pretencioso, soberbio, tal vez vanidoso, pero siempre estoy frente a un espejo cuando levanto los ojos y miro el rostro de Constanza. Los espejos no mienten, dicen. Un espejo siempre causa miedo. El miedo, al menos en mi caso, lleva implícita esa incómoda pregunta que reza: ¿Quiénes somos?

II. Todas las aguas

Prendiste un cigarro y de inmediato recordé la manera en que incendiábamos ventanas, rompiendo con piedras la fragilidad de los cristales que nos dividían; recordé la forma en que me incendiabas el espíritu con tus labios, con tus manos, con tus palabras, con tus historias descabelladas. De pronto, aquel fuego encendido se sentía como un calor de verano. Aquel verano al que nunca pertenecimos.

«No soy más que lo que has encontrado», dijiste a modo de reclamo y evitando tener contacto con mis ojos. Movías constantemente el pulgar para impulsar aquel cigarrillo y tirar la ceniza, pero no se cayó.

Juraría que ahora fumas demasiado. Tienes los dedos amarillos y te tiemblan ligeramente las manos.

«Dime la verdad», exclamé firme y curioso, mientras tú ya te prendías el siguiente Pall Mall. 

«Ha pasado mucho tiempo, ¿cierto?, es por ello que estás molesta. Porque piensas que te he olvidado y no es cierto. No te he olvidado en lo absoluto».

El humo que rondaba se nos dispersó en la cara, rellenaba la distancia del espacio entre ella y yo. Aquel humo se apoderaba poco a poco del ambiente y de la atmósfera densa.  Su silencio-ausencia se podía llegar a medir en la cantidad de cigarros prendidos que quedaban sin terminar.

«Sí, así es. Ha pasado el tiempo», pronunciaste ajena y a destiempo.

«A qué viniste, ¿eh?, ¿Por qué me buscas?, ¿a qué chingados vienen todas tus preguntas ahora?, ¿con tu irte y no irte te vengas de mí?», agregaste firme y con gran resignación en la voz. «No quiero volver a ser esa yo que recuerdas. Volver sería sufrir de nuevo y el sufrimiento me hizo cambiar de alguna forma. Desconocerme, perderme. Simplemente ya no quiero eso, porque sé que si vuelvo a sumergirme en ti, volveríamos a aquel círculo vicioso donde tú me sonríes y yo cedo. Volvería a enamorarme de tu cara y de tu dulce voz llamándome. Por eso decido mejor quedarme acá; parada frente a la delgada línea que separa a los cobardes-inteligentes de los valientes-testarudos», sentenciaste.

Permanecí frío e inmóvil (como siempre) mientras que el humo del cigarro seguía intoxicándonos la raíz de las palabras.

«Sólo quería verte por última vez. Fingir que al menos tuvimos una despedida», pronuncié mientras esquivaba la vista observando el sol que ya se escondía entre las nubes y los techos de lámina que la ciudad iluminaba.

«Los recuerdos nunca se agotan, Constanza, sólo se camuflan entre las heridas vivas y las cicatrices latentes, y a veces no regresan nunca. Aunque los nuestros sí, van y vienen dentro del cuerpo porque dejamos aquellos sentimientos con las vísceras expuestas, suspiré.

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¡Me quedé en los 16 y tú avanzaste como un tren sin envejecer! Tuvimos una historia como lo es diciembre, (¿recuerdas que siempre quisimos una?), aunque ambos sabíamos, de alguna u otro manera, que terminaría mal, ¿no?…, pausé: perdón por volver, por traerte aquí sin ninguna cláusula consciente o real, por favor olvídame, ¡olvídame y ódiame!, al menos así sabré que seguimos compartiendo/teniendo un sentimiento de por medio», concluí.

Me desclavaste la mirada, y casi como cuando teníamos 16, la acompañaste de una sonrisa sarcástica, de esas que sólo tú sabes hacer, tomaste aire para entregarme lo que te quedaba de tu corazón brujo, consumido por el humo ciego de nuestros sueños incompletos.

«No puedo odiarte, ¡odiarte nunca!, fuiste lo que más quise en la vida y por eso me largué. Tampoco puedo olvidarte, no te olvidaría jamás, fuiste en mi vida una chispa que creó un incendio muy grande…», dijiste suspirando con una sonrisa al unísono.

«Te amo, Demetrio. Fuiste guerra y paz en mi vida; iluminación y oscuridad; dolor e incertidumbre. No sabes cuánto me dolió entender que fuiste lo que siempre creí que me había robado, cuando en realidad, había llegado tarde», pronunciaste reteniendo la probabilidad de lluvia en tus ojos.

Dios mío, aquello fue tan tristemente tierno. Tan bello, tan poético, la obra de arte más bonita de todo el universo. Nuestra historia concluía, partía y culminaba con esto. ¿Cómo no pude darme cuenta que hay ascensores prohibidos, que hay pecados compartidos, que tú estabas tan cerca?

Un golpe tosco de aire proveniente de tu pecho, daba entrada a las siguientes líneas de palabras, que me entregarías con la mirada más triste: «…¿pero sabes qué? GRACIAS por todo. Gracias por ser tú, por mantenerme viva en tus recuerdos, por traerme de vuelta cosas que eran importantes, por estar de vuelta, aunque sea de esta manera. Aquí me tienes, amando tus letras y amándote a ti. No somos ni seremos, pero en tu vida siempre estaré, aunque me pierda de vez en cuando».

El silencio retumbó y hasta ahí llego todo. Aquella escena culminó con las últimas cenizas de un cigarro mal prendido, que se desprendieron antes de tocar la colilla, postrándose entre las pequeñas líneas que delimitaban los espacios de las ventanas, sólo para que el viento las deshiciera al soplarlas. El marco de nuestro acto final.

Lo dijiste todo, y me cayó como un balde de memorias frías todo lo que fue en otro tiempo y ahora ya no es. Nuestra historia de amor se iba, se había disuelto. Se esfumaba como las cenizas de aquel Pall Mall arrugado y envejecido en tu mano. Realmente ya no había más.

Al final terminé creyendo firmemente en el amor y la valentía con la que Constanza Past se despidió. No hay duda en que la distancia real que separa un cuerpo de otro, se mide en “ojalás”.

“Las despedidas tienen la capacidad
de mostrarnos todo lo que hemos ignorado
durante mucho tiempo”

GIAN FRANCO HUACACHE

III. Las cenizas…

Para cuando reaccioné, ya me encontraba en el subterráneo, parado sobre la línea amarilla que delimita la vida de la muerte. Fue el ruido del aire que emite el monstruo naranja a su llegada, lo que me despertó. No sabía ni tenía consciencia de lo que realmente había ocurrido. Hasta ahora lo falso y lo verdadero se habían vuelto la misma cosa: una fusión de lo etéreo dentro del viento escabroso de una tumba que rompe las máscaras de sentimientos envueltos, rellenos de cal, que tanto ocultaba. Ahora mismo sólo me queda esperar a que este palpitar con su murmurar incesante se calme.

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Entonces te vi de nuevo. De verdad, estabas del otro lado de las vías. Nuestras miradas chocaron como el reflejo de dos luces que atraviesan un resplandor. Hubo mucho fuego, mucho silencio, mucha quietud. Sentimos de todo, como si el vacío del fondo no existiera. Aquella escena se formó a media luz, nada importaba más que nuestras sombras. Así permanecimos, mirándonos fijamente hasta que una enorme sonrisa invadió nuestro rostro y el metro dispersó nuestra figura.

Constanza, formas parte de mí, aunque no vuelva a verte nunca. Porque por un momento pudimos ser nosotros, ver nuestra vida. Porque nunca pudimos observar el reloj al mismo tiempo ni coincidir en la misma vía.  Aspirábamos a ser fuego y ahora tenemos que conformarnos con la ceniza. Este cigarro va por ti, por nuestro contenido incierto, por lo que jamás seremos, por lo que fuiste/eres en mí vida, por lo que atesoraremos todavía por mucho tiempo, aunque sea en secreto…[1] Por ti.

Por nuestra ‘anti-historia’.

[…]


[1] Nota mentalVolver a verte, sin verte volver.

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