Marina Isabel Méndez Herrera
Diseño de la Comunicación Gráfica
División de Ciencias y Artes para el Diseño
No le puedo quitar al amor este sufrimiento,
la necedad de ser
cuando se opone la vida,
la muerte, tus ganas y mi deseo.
No le puedo quitar el capricho a
mi anhelo…
¡Vehemencia, elocuencia, clemencia!
Suplico a Dios que no me dé consuelo.
Será él que me escucha,
o será su capricho bienparido
quien me levanta del suelo.
Arrastro el ímpetu de la vergüenza,
¡Quién saborea
el aliento de mis gritos!
Me ofrece un vaso de infancia.
Tomé la mano de quien vestía solución en trapos.
Me levanté, y mirando sus ojos, noté que era yo en otros tiempos, con otros dolores y con la misma piedra de los ríos ajenos.
Se parecía a mí en pelo corto de pocos mimos. Era yo en piel cálida, amarillenta, conteniendo los mismos recuerdos…
Era yo que me parecía a ti; tu alma, tu sentimiento me embonaban el cuerpo.
Te inventaste los senderos y por ellos me llevaste día y noche, noche y día, sol e invierno.
Pero nada perdura, y para qué perdurar el reflejo; nos volvimos espejismo de anhelos.
El agua que me diste corrió de mi cuerpo. El pesado latir se elevó más allá del cielo, o se hundió más allá del infierno.
Dios te bendijo; me volví tu mirar, tu consciencia, tu entendimiento.
Bendición para mí fueron tus ojos; su libertad, sus ansias, su descontento.
Y de ese amor su muerte a tiempo.
Ahora ¿qué pecho nos puede guardar?,
¡Somos campo abierto!