Letras en línea
Christian Ricardo Robles García
Maestría en Relaciones Internacionales
División de Ciencias Sociales y Humanidades
Fue un miércoles del pasado mes cuando a Gonzalo le apareció una notificación en su celular, alguien le había mandado un mensaje en Facebook:
Hola Gonzalo, soy Marina, fuimos compañeros en la preparatoria, espero te acuerdes de mí. El punto de escribirte es invitarte a la reunión de excompañeros que estamos organizando…
A Gonzalo le interesó de inmediato el asunto porque había perdido el contacto con los que fueron sus amigos de la preparatoria y no entendía cómo es que pasó. Para él aquellos fueron sus mejores años: tuvo un par de novias, fue un tanto popular, no hubo día que no se muriera de la risa y sus calificaciones eran aceptables.
Gonzalo chateó un poco con Marina y confirmó su asistencia. La reunión sería en el salón de usos múltiples de su antigua preparatoria.
Luego de esto, Gonzalo siguió con su vida como abogado, trabajaba en un despacho y pese a no ser alguien especialmente brillante, podría decirse que su vena de abogado agresivo lo mantenía en un buen status; sin embargo, no dejaba de darle vueltas al asunto: ¿por qué perdí a mis amigos?
La intriga fue tal que tocó el tema con Joshua, uno de sus compañeros del despacho:
–No es extraño perderles la pista a los viejos amigos, en mi caso creo que fue por madurar. Ellos seguían pensando en fiestas y yo, bueno, fue la época del divorcio de mis padres y… me enfoqué en apoyar a mamá.
Decidió pedir una segunda opinión y le preguntó a Laura, la secretaria:
–Yo sólo me quedé con una amiga, todas las demás se fueron quedando olvidadas entre que se casaron, tuvieron hijos o no sé qué.
Otro día Gonzalo dedicó la tarde a recordar y buscar en redes sociales a algunos de sus excompañeros. Se sorprendió la facilidad con la que olvidó sus nombres, por fortuna el Facebook de Marina contenía a casi toda su generación.
Carlos Robledo (o sólo Robledo, como le decían) era mecánico y al parecer le había ido bastante bien en eso, tenía un par de talleres. Además, había fotografías de lo que parecía ser su familia.
Lulú Pantoja, uno de los viejos amores de Gonzalo, se había casado apenas el año anterior.
Francisco Álvarez (Pancho), que había sido uno de sus dos mejores amigos, sorprendentemente era arquitecto. Gonzalo juraría que después de la preparatoria no estudiaría más. Como sea, tenía esposa y dos hijos.
Cristina Bedolla, la que fue mejor amiga de Lulú y conocida por ser especialmente proclive a irse de pinta y ser la última en salir de las fiestas. Era madre soltera y al parecer tenía un negocio de venta de artículos de belleza.
Entonces Gonzalo vio un nombre que reconoció: Rolando Rodríguez.
Gonzalo sonrió, era el “Erre erre”, lo recordaba por ser el nerd del salón. Dio click en su perfil y… nada, Rolando tenía bloqueado a Gonzalo. Es extraño, ¿por qué bloquearme si tiene años que no nos vemos?
No quiso pensar más en eso, así que regresó a revisar el listado de amigos de Mariana buscando otro nombre que había recordado: buscó a Lautaro… Lautaro Olivares, otro de sus mejores amigos.
Lautaro era divertido, era lo máximo, con él tuvo sus primeras borracheras y también su primer acercamiento con las drogas; pero no estaba, no apareció en la lista de amigos de Marina.
Gonzalo decidió no darle más vuelta al asunto, la reunión de exalumnos era una buena oportunidad pare reconectar, ponerse al día y reactivar amistades.
Se moría por contar que logró dejar de ser el tarado que fue y se convirtió en abogado, que estaba casado y tenía un hijo de 13 años físicamente idéntico a él.
Llegó la fecha de la reunión, la cita era a partir de las 18:00 horas, pero no quiso verse demasiado entusiasmado y decidió llegar pasadas las 19:00 horas. Cuando arribó ya se escuchaba algo de música al fondo, sonaban las canciones de su adolescencia.
Al ingresar al salón logró reconocer algunos rostros gracias a su búsqueda previa en Facebook, pero se sentía incómodo, así que fue directo a la mesa donde estaban las bebidas. Alguna alma caritativa llevó una botella de tequila, se tomó un caballito.
–¿Gonzo? Digo, ¿Gonzalo?
Gonzalo se giró y reconoció a Robledo
–¡Hola! Cuánto tiempo, ¿no?
–Como 15 años o más, haz cambiado un montón.
–¿En verdad?
–Sí, bueno, seguro todos hemos cambiado totalmente.
–Tú solo estás calvo, de ahí en fuera sigues idéntico.
Robledo soltó una carcajada sonora que hizo que varias personas los miraran.
Luego de un rato Robledo se llevó a Gonzalo a la mesa donde tenía reunidos a los que fueron “su clan”.
Gonzalo vio a Lulú y Cristina… ¡Y a Pancho! Pero justo cuando sus miradas se cruzaron, Pancho lo evadió y con una mueca se levantó intentando disimular su incomodidad.
Gonzalo siguió con la mirada a Pancho, quien caminó lo más rápido que pudo sin llegar al punto de correr. Entonces Pancho se acercó a una pareja de dos hombres que bailaban, tomó del hombro a uno y le habló como si le contara un secreto.
Gonzalo pudo ver cómo los hombros del extraño se tensaron y su cara se giró hacia donde él estaba. Entonces sus miradas se cruzaron, pero a diferencia de Pancho, el hombre no lo evadió, sostuvo la mirada… ¿lo miraba con odio?
Fue entonces que Gonzalo recordó un poco, aquel hombre no era un extraño, era el Erre erre.
La pareja de los dos hombres continuó bailando y Pancho regresó a la mesa, tomó un largo trago de su bebida y miró a Gonzalo:
–Hola.
–Hola Pancho.
Pancho sonrió un poco
–No creí que vendrías.
–¿Por qué no?
–Pues, hace mucho que no sabíamos de ti.
–Es extraño como uno pierde la pista de los viejos amigos.
–Lo dirás por ti –se metió Lulú con sorna–, porque la gran mayoría de los que ves en el salón hemos seguido en contacto. Ya sea por el trabajo o porque nos volvimos a buscar, pero, tú eres el raro.
–¿Yo? ¿El raro? –Gonzalo estaba confundido– No, yo nunca he sido el raro ni nada así.
–¿Qué eras? ¿Qué papel tenías? –esta vez quien preguntó era Rolando, quien se sentó a la mesa junto a Pancho.
Gonzalo estaba tenso, ¿ellos estaban tensos?
–Bueno, ya pasaron años, así que tranquilos todos, ¿no? –intentó mediar Robledo.
–Yo… no, no sé a qué te refieres –respondió Gonzalo
–Claro que no sabes –Rolando sonrió–, curiosamente ustedes nunca saben de qué se habla, qué papel jugaron o qué hicieron. Nunca se acuerdan.
Dicho esto, Rolando se levantó y se ofreció a traerle más tragos a quienes así lo quisieran.
Gonzalo se movió un asiento y se colocó al lado de Pancho:
–¿Qué se trae ese cabrón?
–¿Qué se trae? –Pancho no sabía si Gonzalo bromeaba o era tonto– Bueno, yo diría que está enojado, desde hace mucho.
–¿Conmigo?
–¿Con quién más?
–A ver… no me entero de nada, ¿qué mierda pasa acá?
–Gonzo… vamos a fumar afuera, creo que mejor te explicó yo –le dijo Lulú, quien había estado escuchando.
–¿Explicar?
–Refrescar la memoria, querido.
Gonzalo se levantó y siguió a Lulú, entre ofendido e intrigado. Una vez afuera y entre fumada y fumada, ella le dijo:
–¿En verdad no te acuerdas de nada?
–No… Yo, no, bueno, según yo todo normal, ¿no?
–Normal… yo espero ya no sea normal. Mira, tú, Pancho, Lautaro y yo fuimos unos malditos infelices con Rolando, no hubo día en que no le hiciéramos miserable la existencia.
–Pero de qué hablas Lulú, yo… a ver, seguro nos habremos burlado, pero éramos un buen grupo. No había día que no regresáramos riendo a casa por alguna estupidez.
–Claro, cada día nos burlábamos de Rolando, y regresábamos a casa riendo de eso. Pero él no, él regresaba hecho mierda.
–¿Entonces qué? ¿Éramos los bullys del salón?
–Exacto.
–Pues que lo supere –Gonzalo ya estaba molesto–, pasó hace años, que madure y lo supere.
–Ese es el problema Gonzalo, él sí lo pudo superar, afortunadamente. Pero ¿y los demás?
–Yo estoy perfecto.
–Claro que sí querido. ¿Dónde ésta Lautaro? ¿No te lo preguntas?
–Buena pregunta, eso sí me interesa, ¿dónde está?
Lulú soltó una carcajada que pareció un ladrido.
–Menos mal que eras un buen amigo, ¿no?
Dicho esto, Lulú se dio la vuelta y regresó a la reunión. Gonzalo terminó su cigarro y también volvió.
Al llegar a la mesa Pancho platicaba con Rolando, quien al ver que Gonzalo regresó, se levantó una vez más y se apartó.
–¿Es tú novio o qué? –dijo burlándose mientras se tomaba otro caballito.
Pancho lo miró con desagrado
–¿Y si lo fuera qué?
Gonzalo se quedó congelado, nunca sospechó de Pancho.
–Sigues siendo el mismo –Pancho lo miraba fijamente– no, no es mi novio, Rolando está felizmente casado con el hombre con el que estaba bailando hace rato y créeme, son una gran pareja.
–¡Qué carajo pasa! No entiendo nada, tú no eras así. ¿Desde cuándo le celebramos al Erre erre que sea marica? –Apenas terminó de decir esto cuando Gonzalo se llevó a mano a la boca, entonces una avalancha de recuerdos llegó.
Ahí estaba un Rolando que sí recordaba, bajito con lentes, un tanto afeminado.
Un chico al que cada día humillaba gritándole “joto” o por no poder pronunciar la letra “R”, aunque también lo hacía golpeándolo cada que podía. Y así reconfiguró un recuerdo en específico, un 14 de febrero… Gonzalo salía de la preparatoria cuando entre unos árboles distinguió a Rolando; se le acercó y lo vio besándose con otro chico. Gonzalo aguardó en silencio hasta que Rolando se quedó solo, fue entonces que lo comenzó a golpear para luego buscar en la mochila el compás que usaba en el taller de dibujo. Rolando estaba en el suelo sujetándose las costillas, Gonzalo no lo sabía, pero le había roto dos. Gonzalo le quitó la camisa, lo giró y en la espalda le clavo la punta metálica del compás con la que le grabó una letra “J”.
–Por joto.
Gonzalo regresó al presente, se levantó de un solo movimiento y recorrió el salón hacia la salida, pero logró ver que Rolando entraba al baño, entonces lo siguió.
Rolando se estaba enjuagando el rostro, se sentía tenso y buscaba alguna forma de relajarse.
Fue cuando por el reflejo del espejo vio a Gonzalo detrás de él.
–Déjame ver.
–¿Qué? –Rolando no entendía.
–Quiero que me dejes ver tu espalda.
Rolando dejó ver una mueca burlona, pero entonces entendió
–Oh… ¿quieres ver?
–Sí.
–¿Por qué? ¿Eso tampoco lo recuerdas?
–Yo… no sé por qué no recuerdo mucho de la prepa.
–Yo sí lo sé, porque no te conviene recordar. Porque te duele.
–Era otra época, era normal molestarnos entre todos.
–No, no Gonzalo, yo no te molestaba. Nunca lo hice, ni a ti ni a Lulú, ni a Francisco ni a Lautaro.
–Y ahora todos son tus amigos ¿no? ¿Y yo un pobre pendejo que siempre fue el bully?
–Todos ustedes lo fueron. La diferencia es que ellos se disculparon.
–¿Así que eso quieres? Una disculpa…
–No, yo no quiero eso. De hecho, yo no pedí que me ofrecieran aquellas disculpas, llegaron solas.
–Pues no lo haré.
–No lo hagas entonces.
Rolando se enfiló hacia la salida del baño cuando Gonzalo lo sujetó del brazo
–¿Me odias?
–Para nada, de hecho, yo casi ni me acordaba de ti. Mejor pregúntate ¿por qué me odiabas tú a mí?
–Yo no te odiaba…
–¿No? ¿Y entonces por qué me grabaste una jota en la espalda? –Rolando abrió la puerta, pero antes de salir lo miró de nuevo– ¿o me vas a decir que ese odio era amor? Adiós Gonzalo.
Rolando salía cuando Pancho entró.
–¿Todo bien? –preguntó Pancho.
–Sí –dijo Rolando y se fue.
Gonzalo sintió que se ahogaba, miró a Pancho.
–Resulta que todos lo aman, ¿no? Todo el maldito mundo ama a Rolando.
–No sé si todos, pero Lulú y yo lo queremos un montón, hasta Lautaro lo debió querer.
–Me estás jodiendo.
–¿Recuerdas qué pasó cuando terminamos la prepa?
Gonzalo no respondió, ni él mismo sabía si no lo recordaba o no quería recordarlo.
–Lulú se embarazó, pero no quería tenerlo y estaba por irse a una clínica clandestina. Todo el mundo se alejó de ella como si fuera una apestada. Le pidió ayuda al inteligente del salón, a Rolando y la ayudó.
–No… no tenía idea.–¿No? Bueno… ¿y de Lautaro?
–¿Lautaro?
–Tampoco te acuerdas. Yo estaba en el segundo año de la carrera cuando Lautaro se quiso suicidar e iba a tener éxito, pero Rolando fue el único que se dio cuenta de las señales.
–¿Eran amigos?
–No lo sé, no sé cómo es que esos dos volvieron a encontrarse y a entablar cierta amistad, pero Rolando vio las señales, dio la voz de alarma y afortunadamente los padres de Lautaro lo encontraron a tiempo.
–¿Por qué no vino?
–Porque no todos somos tan fuertes como Rolando, para Lautaro ya es padre, está bien, pero ¿para que querría venir y recordar todo aquello?
–¿Y tú? ¿Me vas a decir que también tienes una historia con el santo Rolando?
–Pues sí, yo hace tres años me estaba muriendo de hambre, llevaba un año sin empleo y sin poder llevar comida a mi esposa e hijos. No sé cómo, pero Rolando se enteró, supongo por Lulú, y me contrató en el despacho de arquitectos donde él ya era jefe.
–Y si todos son tan buenos amigos y se quieren ¿para qué me invitaron?
–Nosotros no organizamos esto, fue Marina… que por cierto ni vino. Pero, como sea, tú estás bien con el pasado ¿no? Así que no veo porque debería incomodarte tanto todo esto. Pancho salió del baño y Gonzalo se quedó otro minuto viéndose al espejo.
Luego salió y vio que en la mesa estaban todos bebiendo y riendo, excepto Rolando y el hombre con el que lo vio bailar.
Se encaminó a la salida y Robledo le dio alcance.
–¿Ya te vas?
–Sí, mi esposa me acaba de llamar, mi hijo tiene fiebre.
–¡Uy! Emergencia de papá, sale pues, un gusto verte.
–Oye… em… ¿Rolando ya se fue?
–Sí, hace un rato ya se fue con el marido, creo que salían de viaje o algo así. ¿Pasó algo?
–No, nada, quería… quería decirle algo, pero bueno, ya luego lo busco.
Gonzalo subió a su auto y puso la radio a todo volumen, era como si quisiera que la música callara los gritos en su mente.
Cuando llegó a su departamento se sorprendió al ver que su esposa e hijo no dormían. Al acercarse observó que su hijo tenía el ojo hinchado y comenzó a ponerse morado.–¿Qué pasó?
La mujer besó al niño y encaminó a Gonzalo a otra habitación:
–No me quiere decir, creo que tiene un bully en la escuela, ¿qué hacemos?
Gonzalo la miró confundido, con lágrimas en los ojos
–Yo… yo no sé, a mí nunca me pasó eso, tampoco fui un bully, todos nos llevábamos bien. Sí, siempre bien.
La mujer no entendió, pero no pudo preguntarle nada a Gonzalo, él se fue murmurando directo a la habitación principal donde se derrumbó en la cama.