Publicación bimestral de la Coordinación de Extensión Universitaria

Letras en línea

No estás

Rosi Hernández
Estudiante de la División de Ciencias y Artes para el Diseño

Te soñé la noche que te fuiste.

Te soñé entre tubos que violentaban tu cuerpo.

Te abracé como lo hice aquella vez que te vi por última vez

cuando sentías que no podías respirar.

Te abracé y quise regalarte la poca paz de mi compañía.

¿Por qué no nos acompañamos más, papá?

¿Por qué  no requeriste de nuestra presencia?

¿Por qué no sentiste la misma necesidad?

La mirada perdida y angustiante

tengo aquí, a sangre viva el recuerdo.

¿Sentías que no regresarías?

¿Qué pude brindarte de sosiego esa noche que logré tranquilizarte ante la asquerosa imposibilidad de no sentir la vida?

¿Qué será eso de la impotencia del cuerpo?

Después de entrar a mi espacio caluroso y agobiante

me di cuenta que muchas de mis pláticas han sido soliloquios.

Mis ojeras crecen.

También he descubierto que mis ausencias me orientan a mis vacíos,

a mis preguntas desde chiquita.

Qué importa la edad si seguimos en las mismas soledades.

¿Y si mis ojeras están llenas de agua?

Te fuiste sin la posibilidad de despedirte o de que nosotras supiéramos despedirnos.

¿Qué se sentirá?

Alguna vez en  una breve cirugía sentí todo mi ser lleno de adrenalina

y recuerdo la paz de escuchar mi corazón en mis oídos,

sólo era yo y toda yo, inmensa, lista, viva y muerta.

Alguna vez vi a una virgen en una silla,

una virgen tapada de pies a cabeza girando en su centro a mis pies.

Esa noche volví a mí con ese leve sueño de estar tan cerca de toda la complejidad en alguien que apenas alcanzaba a escuchar los quehaceres de su madre en el primer piso.

¿Qué será sentir que todo está en una milésima de tiempo?

¿Qué será sentir todo cuando ya no hay nada?

Mi principal preocupación cuando nos llamaron para avisarnos de tu muerte era el dolor probable de tu cuerpo.

¿Pero sintió, sintió algo?

Mi madre me dijo que no, que entre tantas soluciones rondando las venas ya no habría dolor.

Y si bien mi sueño es irme sin dolor,

ahora no sé bien qué significa.

¿Qué es esa ausencia?

¿Será la ausencia del dolor lo mismo que una borrachera te provoca cuando descubres moretones en tus piernas al despertar sin saber la causa?

¿O será sólo la memoria que claudica ante los sucesos más escabrosos de nuestras frustraciones?

¿Por qué no salimos más, padre mío?

Aún recuerdo aquella vez que me dijiste: “¿y cómo estás de tu salud, de tu salud mental?

Y aunque aquella vez me dio mucha risa,

creo que viste algunas cosas muy evidentes a pesar de nuestro poco contacto y de tus mensajes pequeños y concretos que nos mandabas para saber de nuestra existencia.

Quiero decirte que a veces creo que estoy del asco.

Que desde que te fuiste, entiendo más que hay pocas cosas por las qué seguir teniendo metas o pendientes,

pues suena mejor eso que cualquier otra cosa.

De nuevo te soñé y te abrazaba y lloraba tan horrible como un animal al ser asesinado.

El cuello se me estiraba, padre,

se me estiraba dejando a la luz las venas hinchadas.

Y aunque me decías que estabas bien,

la claridad era que yo no lo estaba y quizá nunca lo estaré.

Me da pavor volver a sentir eso por cualquier amor,

creo que ya no podría lograr escribir después de eso.

La sequía no existe en este cuerpo.

Odio mi naturaleza muchas veces, 

odio respirar la infinita tristeza de la ausencia.

Odio con todo mi ser turgente salino de las ausencias.

Odio no haber sabido antes, buscar antes, preguntar antes.

Odio la impotencia que marchita y al mismo tiempo me llena de humedad.

¿Qué sentirías, padre, irte así, en un lugar frío, sin nadie a tu lado?

¿Qué sentirías, padre, de saber que ya no habría otra oportunidad?

Agradezco que hayas venido a decirme que  todo estará bien para ti,

¿pero, qué hay de las de acá?

Soy una cosa que camina y se llena de agua y de vez en cuando abre la presa. Regreso a lo mismo: sentir, sentir.

A veces también odio sentir.

Mis ojeras se rebelan cada mañana,

ya no sé cómo procurar dormir.

Quizá sea lo obvio,

quizá sólo sea la prueba de nuestra tremenda y asquerosa capacidad de guardar una tristeza que se presenta tan soberbia y egoísta.

Y yo, tan jodidamente abierta.

Somos con los otros, somos tan solos.

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