Publicación bimestral de la Coordinación de Extensión Universitaria

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Zaim Eusebio Monroy
Ex alumno de la Licenciatura en Lingüística
División Ciencias Sociales y Humanidades, UAM Iztapalapa

Renegaba de lo que había estudiado, es decir, constantemente me quejaba de mi suerte, pensando que no tendría ningún futuro con la decisión que años antes tomé; sin embargo, detrás de ese razonamiento se encontraba la frustración de no ganar el dinero que tanto deseaba para darme los lujos con los que soñaba.

Imágenes: Archivos Canva

Así que después de algunos años, al meditar acerca de mi situación, me di cuenta de que no estaba enojado con la bonita carrera de literatura, sino más bien, con el no tener bienes materiales, producto del egoísmo con que había conducido mi vida desde hace mucho tiempo.

Cierto día, mientras esperaba mi turno en el banco, una idea se apoderó de mí, y sentí que tenía que hacer caso a ese llamado. La idea era intrigante, pues era la de ser maestro. Yo había querido ser profesor, pues admiraba mucho a mis docentes de la prepa, sobre todo, a dos de filosofía. Desde entonces me imaginaba ser como ellos.

En ese momento supe que mi misión en esta vida era ser profesor de literatura, mejor dicho, me vino a la mente, para ser exacto: mi misión era la de difundir y compartir con la gente la Divina Comedia. ¿Y por qué esa obra?, ¿no era cierto que desde hace tiempo estamos viviendo en un infierno? Las noticias no dejan de ser, en su mayoría, malas: asesinatos, muertes, desapariciones, depresión, ansiedad, alcohol, drogas, búsqueda de poder, de dinero, el dolor paralizante y agradable de la pereza, la lujuria disfrazada de sueños románticos…, en pocas palabras, la perdición de la humanidad que se describe en la obra cumbre del escritor florentino.

Sentí que era mi deber difundir la sabia experiencia de aquel libro, ya que tal vez, muchos al igual que yo, podrían sentirse identificados con la terrible crisis existencial provocada por esos monstruosos deseos, los cuales nos han desviado del camino recto. Aunque muchas veces la vía al recto camino es la humillante desobediencia, sólo así puede surgir la humilde y trémula voz para pedir ayuda.

Hoy me siento alegre de recodar a mis maestros, quienes me indicaron el camino, como Virgilio a Dante. Por mi parte, espero cumplir mi deber, pues como dice Dante Alighieri: “Considerad vuestra simiente: hechos no fuisteis para vivir como brutos, sino para perseguir virtud y conocimiento”.

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