Letras en línea
Michelle Ariatna Osornio Trejo
Licenciatura en Sociología
División de Ciencias Sociales y Humanidades
Tempestad
Los seis años que pasé con Allison fueron una aventura de todos los días, a veces amanecía de buenas y de la nada le estallaba el demonio, peleábamos con intensidad y nos reconciliábamos con pasión, me reclamaba sin motivos o lloraba porque tenía ganas. Recuerdo un día especial en el que me confesó que estaba muy deprimida, dijo que en esta vida no quedaba nada para ella, que ya había planeado salir del país y me enseñó su boleto de viaje a Francia.
De inmediato le respondí con llanto, sin pensar que mis lágrimas provocarían una tormenta violenta, abundante y sin tregua ¿Cómo era posible que quisiera irse y no me dijera nada antes de tomar su decisión? ¿Cómo podía vivir con ella y no darme cuenta que se sentía tan mal?
Decir que tenía roto el corazón era poca cosa ¡Tenía destrozada la vida! Sin embargo saqué fuerzas para hacer la pregunta obligada, a sabiendas de que su respuesta me podía matar.
– ¡¿No hay nada?! ¿Y yo?
Como niño temeroso me recosté sobre su pecho en busca de consuelo.
–Y tú…
La lluvia caía a cántaros y el ruido de la tormenta no me dejaba escucharla, a pesar de estar sobre su pecho.
–¡¿Qué dijiste?!
– ¡Ven conmigo Fabián!
– ¡Sí voy, mi vida!
La tomé en mis brazos extasiado y pude darme cuenta que en ese instante de penumbra, por penúltima vez, la tormenta había acabado.
A la mañana siguiente la recámara era una zona de desastre, había lodo por todas partes y los muebles estaban podridos. No había nada materialmente rescatable, salvo el aroma de Allison encapsulado en todas las esferas del rocío. Las junté una por una con mucho cuidado y las puse en mi maleta.
– ¿Es todo lo que vas a llevar? –me preguntó recargada en el marco de la puerta.
–No tengo nada más, todo se perdió con la tormenta. –le respondí resignado.
Ella llevaba sólo dos libros, los que escribió mientras vivió conmigo.
Cosecha
Después de ponernos en sintonía, quedamos de vernos en el mismo día de mi vuelo en lo más alto del parque de Belleville. Ahí la estuve esperando por horas, entre la frustración y la zozobra, hasta que llegó con una caja de plástico y una guitarra. No me dejó besarla ni abrazarla, sólo me dio instrucciones.
–Dame tu maleta, tú te llevas esto.
Me entregó su caja con un gesto de prisa.
– ¿Qué es, mi vida?
–Mis sueños, cuando germinen se los entregas a mi mamá.
– ¿Puedo ver?
Intenté abrir la caja, pero estaba totalmente sellada.
–Otro día, primero te quiero enseñar algo.
Se dio la vuelta y como perro faldero fui tras ella.
Recuerdo que bajamos muchas escaleras hasta dar con un arco de plantas donde se veía toda la ciudad. Al llegar ahí Allison me exigió con gran severidad que apreciara el lugar.
En este momento no sé cómo expresar lo sublime del paisaje, sólo sé que estaba anonadado y que me concentré en congelar esa imagen en mi mente para siempre, esos colores dorados en el ambiente eran algo hipnótico.
–He esperado mucho para volver –dijo Allison pensativa.
–¿Cómo? Respondí desconcertado por sus palabras.
–Tienes la boca seca –dijo, mirándome directo a los labios.
Luego de un largo silencio, abrió mi maleta.
– ¿Qué haces? Ahí sólo tengo el rocío ¡Ciérrala, se va a perder tu esencia!
Me miró con una sonrisa burlona y sacó de la maleta una frutilla, muy parecida a las bolitas de algodón de las enfermerías, la partió con los dedos y me la dio ¡Tenía el aroma y sabor de las esferas del rocío! ¿Cómo era posible?
–Te amo, Fabián –susurró.
– ¿Cómo hiciste eso? –le pregunté salivando incontrolablemente.
–Soy bruja
Se echó una a la boca y me dio una más.
La miré como estúpido ¡Sin duda tenía magia, toda ella era magia!
Aire
sus palabras aún me retumbaban en la cabeza cuando me cambió la realidad. Entré en simbiosis con el ambiente y juntos nos paralizamos, hasta el punto en el que el miocardio me dejó de funcionar. Mientras tanto, mi amada cantaba y tocaba la guitarra sentada en la orilla de la colina… cada una de sus exhalaciones se fundía con el universo, formando auroras boreales majestuosas en medio de un eterno atardecer.
Moribundo, estiré la mano para alcanzarla y tocarla una vez más antes de partir; sin embargo, en el instante mismo en que la pude rozar con los dedos, llegó un ventarrón que me la arrebató cual si fuera un diente de león que desprende en muchas partes y, como tal, su alma voló libre por toda la ciudad. Un golpe de adrenalina me devolvió el pulso ¡No daba crédito a lo que acababa de ver! Estaba aterrado, pero muy cansado para poder reaccionar, había perdido la noción del tiempo y la conciencia por completo.
Cuando desperté no estaban las cosas, se había perdido todo, excepto la caja de Allison. ¿Dónde estaba ella? Juro que traté de buscarla desesperadamente, pero no podía luchar contra las inclemencias del viento. El aire me estaba ahogando y cada vez que trataba abrir los ojos, me los quemaba; si abría la boca, me atragantaba con el polvo.
Por reflejo de supervivencia me eché al piso y, sin pensarlo, me cubrí la cabeza con mi chamarra, como quien se resguarda de los derrumbes durante un terremoto.
Me di cuenta de que ya podía respirar y gritar, así que le grité tan fuerte que me zumbaron los oídos, y como si se tratara de una burla de Dios, un silencio bestial me respondió que no volvería jamás. ¿Cómo era posible que no escuchara ni el aire que un momento atrás me quería arrebatar la vida?
Inconsolable y aturdido, me aferré con todas mis fuerzas la caja de los sueños de ella. Tenía miedo, necesitaba descansar, pero estaba en medio del tornado y no podía hacer nada más que esperar y luchar. Cuando al fin llegó la noche, se tornó azabache, todo era tan negro que no podía ver ni la sombra de mis manos.
Sabrá Dios cuánto tiempo estuve en completa oscuridad y soledad. No comí ni bebí nada que no fueran mis lágrimas, y cuando el aliento me faltaba, el viento me revolcaba y la tierra me cobijaba.
Perderla así fue lo más crudo de mi vida. Alma eterna, vida amada, mujer con alma de niña, hechicera, domadora.