Escucho lo que calla:
es la calle silente,
aguas oleaginosas
en las cañerías corren.
Afuera estridula un grillo,
entonces
la noche se abre, aciaga;
yo cerraré los ojos,
comenzaré una historia.
Aguzo el oído en el tropel de la noche,
ominosa, escarlata.
Doce campanadas tañe mi reloj.
La realidad se extiende, tétrica,
más allá de mis falanges,
se alarga en sonidos.
El ladrido de los perros
rumia acerca del miedo.
Mientras una puerta rechina,
el chubasco persiste ahí afuera.
El viento ulula oscuro,
se cuela en mi cuarto,
augura el miedo en mi cuerpo.
Catorce, como Asterión anunció,
son los pasos que se repiten, infinitos,
que se escuchan afuera,
que me encuentran, que cuento aquí
y trémulo escribo su inminente llegada.
Al abrir los ojos, ¿estarán aquí?