Hablemos de Arte
Teresa Farfán Cabrera (1)
Coordinadora del Tronco Divisional de Ciencias Sociales y Humanidades UAM Xochimilco
Cuando la doctora Diana Fuentes (2) comentó la posibilidad de realizar un conversatorio con mujeres jóvenes que escriben sobre temas diversos, poseen espíritu aventurero, cuestionan el oficio del escritor, se apropian de él y reinventan su espacio, al tiempo que se reinventan a ellas mismas, resultó particularmente interesante contar con las reflexiones de escritoras que tejen el relato, lo crean y opinan de él. El pequeño espacio que las conjunta se ilumina y da luz a la conversación por compartir y a la necesidad de utilizar las palabras para crear un puente que aleje la extrañeza y encuentre al lector en las historias por contar; para describir desde otra mirada y reinterpretar el mundo que las rodea. Diseñar su propio camino las conduce a absorber todo tipo de formas de lenguaje y de transformar la lingüística habitual, pero ¿cómo se construyeron como escritoras?
Elisa Corona Aguilar, (3) Diana Gutiérrez (4) y Gabriela Conde Moreno (5) desarrollaron en su infancia una “matriz de identidades colectivas”, como lo señala Liliana Bodoc. Para conocer a cada una de ellas desde el interior, allí donde se fundó la curiosidad por la disciplina que las unirá toda su vida, ellas permitieron abrir el baúl de los recuerdos, ese que contiene tanto un toque de fantasía, la fuerza y el brillo de la imaginación como las pinceladas de creatividad, sin olvidar a sus compañeros y cómplices en el camino: los libros, principales elementos que encierran y expanden el espacio creador de sueños, ideas y deseos, que las llevan a descubrir por primera vez aquel tesoro o espacio perdido que sólo ellas pueden encontrar y describir con la escritura.
Los recuerdos aportan un segundo elemento indispensable en su construcción: la narración, el abanico de colores que aporta escuchar a los otros les permite interpretar y retransmitir la historia de los pueblos. La recogen sin importar su jerarquía, recuperan la esencia del acontecimiento, moldean a los personajes y suavizan las calamidades para convertirlas en narradoras innatas, quienes a través de un discurso oral o escrito colaboran con el espacio social, transmiten emociones y se reinventan bajo la subjetividad del otro y del espacio tiempo que las rodea y que comparten con la comunidad.
La construcción progresiva de sus identidades tiene fuertes bases en la lectura, la cual sirve para encontrar fuera de sí las palabras precisas requeridas en sus historias, ubicadas a la altura de la experiencia de otros (as) autores (as) que las conduce a su propia experiencia. Afirman que la lectura suaviza el lenguaje, el gusto por descubrir nuevas palabras, por apropiárselas y conjugar las extrañeces del relato escrito. “Escribe, deja fluir tu imaginación, sin importar principio o fin, sin importar reglas; escribir es la manera de describir el mundo y todos los espacios significativos que recogemos y contamos”, señala Gabriela Conde: “con el tiempo aprenderás a organizar planteamientos, identificar nudos, desenlaces, picos, paradas y curvas”.
La configuración de las escritoras conduce a imaginar el telar de cintura de las mujeres en todo el país. Los hilos de urdimbre se han soltado, dejan en libertad las fibras que forman un gran manto multicolor donde palabra por palabra se reconstruyen como mujeres escritoras y se posicionan en un espacio que fue excluyente. Dentro de su narrativa es posible rastrear el hilo conductor, la intuición, que conduce a transitar por caminos abruptos donde cada palabra, oración o párrafo despiertan emociones en el lector, al esclarecer temas que reconfiguran en el espacio que las envuelve y evidencian los valores de la sociedad y la cultura desde otra mirada: la mirada de las mujeres jóvenes.
Ser mujeres escritoras en el siglo XXI rompe con el paradigma central del género literario narrativo que prevaleció durante siglos, donde la gran historia sólo podía ser contada a través de magnas obras literarias creadas —en general— por hombres. Bajo seudónimo, las mujeres incursionaron al recrear un mundo de ficción desde la perspectiva de un narrador ajeno al entorno, despertando en lectores y lectoras y el interés por una mirada fresca, reflejada en el cuento o la novela. Transcurrieron varios siglos para encontrar publicaciones con temas diversos escritos por mujeres, quienes incursionaron en todos los géneros. Al reconstruir el espacio de expresión, los nuevos paradigmas centraron su atención en identificar que en lo específico tiene lugar lo universal, expresar que la micro historia es toda la historia, “es entender que en el pequeño acontecimiento acontece lo universal y, por lo tanto, en la pequeña narrativa está esa posibilidad a la que apuntan todas las escritoras y escritores, decir algo que trascienda lo específico, pero sólo desde ahí es posible”, afirma Diana Fuentes.
La literatura femenina no es algo menor, es la puerta de entra- da a temas silenciados, invisibles, desdibujados y disimulados que iniciaron con la sexualidad, la maternidad, el aborto, y se transformaron bajo la pluma de escritoras al darles transparencia y convertirlos en temas universales de relevancia social, aplicables tanto a individuos como a familias, a grupos particulares o naciones. La identidad narrativa de las mujeres es el eje que las acompaña, y un argumento que las motivó a escribir, transmitir lo que sienten y piensan; pero sobre todo, a reconocer que toda obra literaria es una postal ética y poética de un momento específico, de una sociedad que muta según su proceso histórico y político.
Inquirir en la identidad narrativa de las compañeras parece algo singular, pero las atraviesa la trama de experiencias históricas como sujetos individuales determinantes en su construcción al compartir experiencias que las localizan en la colectividad. ¿Cuáles son los obstáculos a la escritura que identifican? El primero se centra en la dimensión económica, puesto que los recursos no pueden dejarse de lado cuando hablamos de identidades que interactúan en su subjetividad. El dinero, elemento necesario, se transforma en moneda de cambio que da oportunidades o relega. Los recursos son parte de la búsqueda incansable para comprar espacio para la escritura. Escribir requiere mucho tiempo y contar con recursos económicos privilegia el encuentro. Diana Gutiérrez asegura: “Trabajar en actividades productivas como el periodismo y la edición me permitieron ahorrar todo un año para que en 2020 pudiera dedicarme por completo a la escritura; ahorrar dinero para comprar tiempo, tiempo para escribir”.
El oficio del escritor se interrumpe en la caza de convocatorias nacionales e internacionales, de apoyos gubernamentales o premios, o en la obtención de becas para solventar recursos económicos. El ejercicio fortalece la esperanza de poseer condiciones mínimas necesarias para que, a futuro, su trabajo les permita generar sus propios ingresos.
Una segunda condicionante es el espacio: un cuarto propio, un sitio para la soledad. La escritura tiene momentos de roces con la soledad donde pude desarrollarse la creatividad. Todo aquel que se diga escritor ha enfrentado la necesidad de un espacio propio para la reflexión, el análisis y la inspiración; sin embargo, el escenario cambia para algunas mujeres que al salir del núcleo familiar y trasladarse a otro se encuentran con la habitación colectiva que comparten con la pareja. Vivimos en un país con condiciones sociales que no permiten obtener la infraestructura para desarrollarse y puede volverse una condicionante imposible; “es reconocer la necesidad de un espacio donde tenga lugar la locura que traigamos cada una”, dice Diana Fuentes.
Soledad, espacio claro-oscuro que permite enfrentar a la hoja en blanco y empezar a escribir, retomar el hilo que entreteje la trama del lienzo al vaivén de las ideas, de los recuerdos de aquellas voces de los otros y de los acontecimientos que dejan huella en la personalidad del narrador. Soledad, sitio dulce-amargo donde acontece la creatividad que se desafía frente a la inseguridad de las palabras; espacio donde se enfrenta la idea original con los propios miedos y monstruos del narrador; lugar donde el que escribe se convierte en su propio verdugo; terreno fértil para la autocrítica y susurro constante en el oído: el mayor obstáculo que tenemos somos nosotras mismas. La pluralidad de ideas y su intrínseco conflicto sólo puede desaparecer bajo el rigor de la disciplina, el compromiso consigo misma para darle cause a la creatividad y evitar la censura en cada golpe de tecla, dando un voto de confianza a la capacidad de narrar una historia.
Pero la razón de que toda vida humana cuente su historia es el resultado de la acción reflejada en un documento. El narrador se exhibe, se descoloca de su lugar para dar salida a su voz y no permanecer silenciado. Compartir la creación literaria y recibir las críticas es, a decir de Diana Fuentes:
reconocer que somos personas que se reconstruyen con otros, que no estamos aislados, que el momento solitario es importante pero que también estamos en diálogo, mas la escritura es tender un hilo a los otros. En realidad todo mundo lo ha dicho, la aspiración de la escritura es que sea leída para guiar, no importa que sea ahorita, mañana o si es digna que se conozca o no se conozca. Tiene una aspiración de vínculos con otros que pueden ser completamente desconocidos.
Ser mujer y escritora es reconocer el oficio, crear y volver a trabajar un texto, releerlo una y otra vez, con la salvedad de aprender a desprenderse del mismo y regresar a él cuando se enfrenta la corrección, la crítica sin aportes y el rechazo; es nutrir la obra si realmente se quiere decir algo; es hacer a un lado la mordacidad de algunos medios de publicación que destrozan, ignoran y censuran, junto al poco entusiasmo demostrado por ser mujeres escritoras, lo cual les niega la oportunidad de acceder a su publicación.
La dimensión política, el segundo obstáculo que define a la actividad humana, transita por el enmarañado de las relaciones públicas, los contactos estratégicos. De lo contrario la censura se hace presente bajo la invisibilidad, la no invitación a eventos para presentar la obra escrita o las ideas que se transformarán en un blog si contienen temas incómodos, pero ¿qué es apropiado para los otros? ¿Quiénes son los otros? Es identificar y posicionar el texto, es enfrentar al otro con un discurso disruptivo donde el texto hable por sí mismo y defenderlo, “así está, así se quedó, así quiero que lo lean, es crecer y creer en uno mismo”, lo confirma Elisa Corona.
La dificultad de transitar por la dimensión política es afrontar el universo de la censura ¿acaso no es suficiente la censura social que vivimos como mujeres? Gabriela Conde comenta: “en cuanto tener que asumir algunos roles como tener que casarte, estar bonita, tener una familia, no subir de peso, hacer todo eso que significa ser mujer y mujer escritora, y es muy difícil, te silencia”.
Las mujeres escritoras no sólo lidian con la censura directa, sino de facto, asegura Diana Fuentes, “al ser mujer hay que cumplir todas las expectativas de los que significa ser mujer, mujer exitosa, mujer socialmente aceptables”. Los parámetros sociales construidos hacia las mujeres desde la tradición, la cultura y la imposición involucran cumplir con todas las labores del hogar y ahí en un espacio, un resquicio entre el tiempo y el espacio que le queda, “en sus ratos libres que escriba las cosas que se le ocurren, las cosa que tiene en la cabeza”, finaliza Diana Fuentes. ¿Acaso se pude reivindicar a las narradoras ignoradas? Sólo al expresar que el trabajo que realizamos las mujeres vale y tomarnos a nosotras mismas en serio es el punto de partida para la reivindicación, “mantener una actitud positiva y recordar que es algo que uno hace porque tenemos el gusto de hacer”, agrega Elisa Corona.
Frente al fracaso, el proceso de aprendizaje debe tomarse con seriedad y respeto, hay que darse la oportunidad de sentirse mal por un tiempo al no conseguir los objetivos planteados y continuar escribiendo; mejorar para volver a intentar las veces que sean necesarias, ser perseverante y no desistir. No obstante, existe otra forma de exclusión: el que no se pague el trabajo.
En un mundo donde los sistemas financieros se sistematizan y vuelven cada día eficientes, aún se dan frases como: “no salió tu pago, será para la próxima”, “se atoró en recursos humanos”, que las tejedoras de historias cuentan en su cotidianidad. Publicar tiene sus riesgos y no siempre se vive de sueños y se come de aspiraciones. Instituciones privadas y espacios públicos les han “demostrado” ser el trampolín para impulsar su trabajo, dar visibilidad a sus proyectos y ponerlas en el centro de los aportes literarios, pero para el pago de honorarios, editar un libro y abrir un espacio laboral se reservan, “pero eso es otra historia”, como dice Michael Ende.
Sí, cada historia es la concepción de un hallazgo, algo que se conoce, sobrevive y desprende emociones. “No voy a parar, es un placer estar haciendo esto, es una gran oportunidad y fortuna, el que nosotras estemos haciendo esto, no debemos caer en el equívoco de creer que somos especiales, porque nos vuelve soberbias y se negarán a admitir que existimos. Ser escritora es fabuloso, tejiendo la historia de la comunidad, de los otros”, afirma Gabriela Conde.
1 Lic. en Economía, Maestría en Desarrollo y Planeación de la Educación. Doctorado en Ciencias Sociales, en Sociedad y Educación. Profesora-investigadora de la UAM Xochimilco en el Departamento de Política y Cultura. Pertenece al área de Investigación de Cultura y Sociedad.
2 Candidata a doctora en Filosofía Política por el posgrado en Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), es maestra y licenciada en Filosofía por la misma casa de estudios. Profesora- investigadora de la UAM Xochimilco, en el Departamento de Política y Cultura. Es profesora del Colegio de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras, desde 2009, y del Centro de Estudios Sociológicos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, desde 2012, ambos de la UNAM. Fue becaria del Fonca en el Programa Jóvenes Creadores en la disciplina de Ensayo creativo (2011-2012). Ha realizado dos estancias de investigación en la Escuela de Altos Estudios en Ciencia Social (EHESS) de París, Francia, bajo la co-tutoría del Dr. Michael Löwy, (2008 y 2013-2014).
3 Ensayista, poeta y traductora. Estudió Letras Inglesas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Maestra de guitarra, compositora e intérprete del grupo de rock Feliz Azul. New York. Ha colaborado en las revistas Punto de Partida y Replicante. Recibió los premios de Ensayo Punto de Partida (2005), por Sobre la tecnología, el arte y el dolor de los demás; el de Ensayo Joven José Vasconcelos (2008), por Amigo o enemigo: el debate literario en Foe de J. M. Coetzee, y el Internacional de Ensayo Sor Juana Inés de la Cruz (2013), por El desfile circular. Aparece en la antología El hacha puesta en la raíz (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2006).
4 Editora y Escritora. Estudió la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UNAM y el diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores de la Sogem. Obtuvo la beca Jóvenes Creadores (2009-2010 y 2011-2012), en cuento y novela respectivamente.
5 Novelista y escritora de cuentos, licenciada de Literatura y Poder, por la Universidad Carlos III, de Madrid. Ganó el Premio Tlaxcala de Narrativa (2003). Publicó el libro de relatos Espejo sobre la Tierra, y ganó la primera mención del Premio Internacional de Cuento Melpómene, en Canarias Espa- ña. Ha publicado en revistas nacionales e internacionales, como Ordradrek, vice y Documenta Magazine. “En mi clase de tejido, las señoras me llaman “la muchacha que teje guango’”.
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