Elsa Muñiz
Coordinadora de Extensión Universitaria
A estas alturas, es claro que la pandemia es un fenómeno in- conmensurable. Es más que un problema de salud pública, se ha constituido en una manifestación cultural de magnas proporciones. En tanto fenómeno cultural, los seres humanos nos encontramos inmersos en él, lo hemos producido y lo reproducimos más allá del contagio.
Las transformaciones que han tenido lugar a raíz de nuestra adaptación a los nuevos contextos, tienen dimensiones civilizatorias que han obligado a los conglomerados sociales a sortear estos saltos cualitativos que se sostienen gracias a los avances tecnológicos, a los que muchos de nosotros(as) nos habíamos resistido. Aunque también nos ha remitido al característico cientificismo del siglo XIX cuya mirada estaba puesta en la higiene y el combate a las enfermedades.
En medio de esta coyuntura singular signada por la hibridez de la modernidad clásica con la ultramodernidad, el quehacer de la universidad debe continuar y ante la necesidad de cuidarnos para mantener nuestra salud y la de los demás, debemos darle coherencia y seguimiento a la labor comprometida con la comunidad: mantener el intercambio de saberes, de experiencias y, en este contexto, de las formas en que cada quien ha resuelto su sobrevivencia; a mantener informada a la comunidad y a brindarle acceso a los bienes y servicios culturales, ahora desde una trinchera virtual.
Un fenómeno cultural y civilizatorio como ha sido la pandemia del siglo XXI, ha encontrado cauce y soluciones inmediatas en las manifestaciones culturales que nos son propias a los sujetos de nuestro tiempo. Para esto nos hemos organizado y trabajado en la búsqueda de formas atractivas e interesantes que lleguen a la comunidad universitaria en el lugar en el que se encuentre, y que la labor de esta casa de estudios en la difusión y la divulgación de la ciencia y de la cultura se vuelva verdaderamente extensiva a la quienes la componen: al alumnado, a investigadores(as) y trabajadores(as) administrativos.
Desde los primeros días del confinamiento, en la Coordinación de Extensión Universitaria estuvimos alertas en la comunicación con el alumnado y el profesorado con la principal intención de mantener la cohesión comunitaria y de fortalecer nuestra identidad como “uameros y uameras”. Consideramos que las actividades, bienes y servicios culturales que hemos mantenido a lo largo de cinco meses han contribuido, junto con otros esfuerzos desde diversos espacios de la universidad, a enfrentar la vulnerabilidad, la marginación y hasta la violencia que se engendraron y/o se acrecentaron durante el encierro, necesario, pero no por eso menos desesperante.
La idea fundamental que ha guiado nuestros pasos en la extensión universitaria en los últimos tiempos ha sido la del intercambio de saberes, mismo que se ha interpretado como una relación equitativa entre los conocimientos que se producen en la universidad y los que chicas y chicos universitarios traen de sus propios contextos. En ese sentido, pensamos que los derechos culturales de los universitarios pasan por el consumo y la producción culturales, de ahí que las actividades que se instrumentaron en este periodo han tenido como estrategia el que sean interactivas y no sólo como parte del consumo pasivo o depositario, sino que funcionen como factores productores de cultura.
Nos hemos propuesto que los miembros de la comunidad, principalmente el alumnado, lean y reflexionen; que escriban, entrenándolos como creadores; que dibujen y elaboren carteles e infografías; que desarrollen actividades como la fotografía; que canten y encuentren en esta actividad parte de sus habili- dades. Consideramos fundamental que este acercamiento a las distintas expresiones artísticas y culturales contribuyan a su formación crítica y desarrollen una sensibilidad que sólo el arte y la cultura pueden incentivar, en tanto bálsamo curativo para una realidad que nos ha vulnerado.
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