Publicación bimestral de la Coordinación de Extensión Universitaria

Cauce en línea

Amar a un perro que ha envejecido 

Laura Ariana Aparicio Ruiz 
Maestría en Psicología Social de Grupos e Instituciones, División de Ciencias Sociales y Humanidades 

Las palabras son importantes para la comunicación humana; sin embargo, cuando no están o no es posible elaborarlas, encontramos otras formas. Un perro te enseña que mostrar cariño es más complejo que decir “te quiero”; el vínculo que existe entre tú y él sólo es posible a través de los cuidados. Mientras tú rebanas unas rodajas de manzana para su merienda, él te protege del gato del vecino y de las botas cafés que se asoman por debajo de la puerta cada noche. 

Amar a un perro que ha envejecido es saber que depende más de ti ahora que hace algunos años. 

Darte cuenta de que vale la pena robarle unos minutos más a tu rutina para extender el paseo diario; observar su ritmo al caminar, calmoso, que te invita a reprobar la celeridad de la vida y, así, reflexionar entre la caminata pausada y el frenesí fugaz de una marcha saltarina, todo ello para regresar a casa y que aquella bola de pelos se aviente su coreografía improvisada de saltos cargados de energía y felicidad. 

Implica perderte en su mirada y pausar el tiempo para rascar su cabecita; es que tu corazón se apachurre al notar el inicio de la coloración blanquecina en sus ojos y preguntarte sobre el día en que —nuevamente— se miren frente a frente, pero tu rostro sólo esté grabado en su memoria, y aumentar cada vez más su ración de zanahoria con la esperanza de que ese día no llegue nunca. 

Significa conocer sus rutinas, organizarlas cuando él no está dispuesto a cubrir más allá de sus horas de sueño, como aquella batalla interminable de las mañanas para que coma bien y evitemos la molesta —siempre preocupante— distensión estomacal. Es tratar con un perro necio y porfiado; sin embargo, es más sencillo al asimilar que —al menos en este caso— tienes la certeza de que su necedad se debe a la incomprensión del problema. 

Incluye aprender a leer sus manías, desde la caminata acelerada que indica sus deseos de salir a pasear, o la marcha rastreadora, con miradas atentas, significado de que tiene hambre, hasta las más extrañas, como su gusto por seguir tu rastro y convertirte en la mamá-papá ganso. Sus extrañas posiciones al dormir, incluso, su gusto por pasearse detrás del sillón o de cualquier lugar de difícil acceso. Rarezas que imprimen sonrisas. 

Es un viaje de emociones. Es amar los festejos que hace cuando la situación más cotidiana del mundo lo hace feliz y, paradójicamente, es la nostalgia de saber que algún día dejará la cama vacía, la ropa plagada de pelos, la correa sin uso, el piso manchado y el corazón marcado. Es la obstinación de asegurarte que todos los días de su vida sepa que es amado; que representa el deseo de que todo perro que ha envejecido acceda a su pedacito de cama caliente y a los cariñitos nocturnos. 

Amar a un perro que ha envejecido es saber que aquel cachorro que llegó a ti hace más de catorce años a salvarte la vida, a ser tu compañero, tu mejor amigo, tu acompañante de desvelos y trabajo, no vivirá por siempre. No puedes saber cuánto tiempo les queda juntos, sólo puedes esperar a que pase un día más, un mes, un año, una década, ¡cien años más!… Bueno, vale la pena soñar. 

Sabes que te tocará despedirlo como el pequeño gran corazón que es, y no te gustará porque no has compartido el suficiente tiempo con él, pero inevitablemente llegará el día en que no podrás oír sus ronquidos en la noche, ni el sonido tintineante que producen sus uñas al caminar. La casa estará vacía de festejos y de ladridos, de un corazón inmenso que se ha ido, para alojarse sólo en lo profundo de tu pecho. 

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