Fernando Contreras
Oficina de Tecnología e Innovación Educativa
Coordinación de Docencia
¿Qué dice la implementación del Proyecto Emergente de Enseñanza Remota (PEER) en nuestra Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana, tras un trimestre que transcurrió de manera intensa y que sin duda puso a prueba nuestra capacidad institucional de respuesta? Ofrece saldos positivos: una comunidad que en el conjunto demostró entereza, voluntad y sentido de colectividad; institucionalmente sólida, pero sobre todo flexible y pronta para la reacción. Estos aciertos, sin embargo, no sólo deben conducir a hacer cuentas alegres, puesto que también es algo necesario y sano señalar deudas y rezagos históricos que fueron evidenciados y desnudados por este vendaval.
No era necesaria una preparación de meses, sino de años, para contender de forma rotunda con un evento como el que aún hoy transcurre: la contingencia por el COVID-19. Esto tiene que ver, entre otras varias cuestiones, con las deficiencias en la alfabetización digital: en que nuestras habilidades y conocimientos no están tan al día como podrían estarlo —por diferentes razones que, por supuesto, no minimizan en lo absoluto nuestra capacidad, compromiso y experiencia docente—, si bien la circunstancia desafía a nuestra capacidad de adaptación y por ello a ser las y los docentes los sujetos que tienen que aprender hoy, quizá tanto como alumnas y alumnos. Lo anterior sin duda resignifica socialmente, pero sobre todo éticamente, la gran responsabilidad que recae en nuestros hombros como profesores(as).
Xochimilco enfrentó una situación peculiar, como todas las unidades de nuestra institución, con sus particularidades: con cierta ventaja mediante las fortalezas que le otorga su modelo educativo, enfocado en la resolución de problemáticas derivadas de la realidad, una tan cruda y palpable como esta que enfrentamos mundialmente y con contextos concéntricos que interactúan en una multiplicidad intensificada en el tejido de la complejidad y en el trasiego de la adversidad.
En esa concordancia se evidencian también las grandes necesidades por la mejora en las condiciones en que se lleva a cabo la enseñanza remota, donde sin duda pueden existir las tecnologías como herramientas y donde es muy importante subrayar el término herramienta, que carece de razón y sentido si no es usado con inteligencia, creatividad, sensibilidad y capacidad humana.
Sin embargo, en condiciones de estrés y de gran presión, el demonizar la herramienta puede ser una vía corta, un subterfugio que si bien descargue la frustración que con muchas buenas razones merece, pocos resultados ofrece, ya que con ello se cede el espacio a la subutilización y a la desvinculación que dichas herramientas suponen hacia el alumnado en aras de la construcción de su aprendizaje y el propio aprendizaje; ya no digamos para hacer viable, sino efectiva, y potenciar la capacidad nuestra de enseñanza, de guía, de facilitación, de motivación y de figuras mentoras frente a las circunstancias tan difíciles.
Lo que las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) nos han significado en términos de enseñanza-aprendizaje, pero como punto de apoyo para contender con la pandemia en favor de la continuidad académica es realmente invaluable. Pero también, han supuesto, por las circunstancias, un coste alto en el impacto de nuestra inversión de tiempo y energía, pero más aún en el impacto psicológico y físico.
Acorde a las evaluaciones, alumnas y alumnos, y desde luego la comunidad en su conjunto, reconocieron en mucho el esfuerzo individual y el colectivo, de la abrumadora mayoría de las y los profesores por llegar a las casas de esos jóvenes a través de las TIC, que se construyeron a marchas y en tiempos forzados, en algunos casos atendiendo los esfuerzos de las distintas coordinaciones, las rectorías de unidad y desde luego la Comisión de Diagnóstico y Estrategia para la Docencia en la Contingencia, para ofrecer una mínima habilitación a quienes poca o ninguna familiaridad tenían con el uso de las nuevas tecnologías.
La Enseñanza Remota de Emergencia (ERDE) no es como ahora muchos ya saben, Aprendizaje en Línea (AEL); no tiene el gran despliegue y proceso de planeación y diseño requerido para una implementación educativa sostenida. Y ello nos debe llamar la atención: el aprendizaje que hemos llevado a cabo nos ha demandado diversas formas de asincronía, y no todo pasa por la omnipresencia del docente. Cabe la pregunta ¿no hemos hecho antes ya asincronía en nuestros módulos al organizar y permitir, incluso promover el trabajo colaborativo, en equipo extra aulas o extra muros? Lo asíncrono no nos resulta, pues, tan ajeno ni extraño.
Nuestro modelo educativo, el Sistema Modular, nos recuerda desde sus inicios, con base en las teorías constructivistas más modernas, que el centro siempre lo ocupan alumnas y alumnos, que al mirar a la educación para nosotros en Xochimilco resulta inobjetable deslindar la tradicional, omnisciente responsabilidad absoluta del profesorado; considerar por delante el proceso dual indivisible de la enseñanza-aprendizaje y, al tiempo, promover y coadyuvar también en la construcción del desarrollo humano en su integralidad: de esos seres humanos en formación, heterónomos, en vías de ser adultos autónomos y, por lo tanto, en vías de ser autónomos y autorresponsables.
En ese sentido resulta muy digno recuperar la claridad sobre la trascendencia de este momento y sus significados en términos de lo que queremos construir como aprendizajes para las generaciones de chicas y chicos que están en nuestras manos: ¿qué queremos que aprendan en este tiempo que les tocó y nos tocó con ellas y ellos?, ¿cómo les transmitimos que la vida sigue y que nos compele a hacer lo que nos toca y hacerlo lo mejor posible tanto para nuestro propio bienestar como para el de nuestra comunidad, familia, universidad, sociedad?, ¿cómo hacerlo si nosotros mismos estamos lidiando con nuestra propia incertidumbre y dificultad de afrontar las circunstancias?
¿Es posible la resiliencia social?, ¿es posible ese aporte desde las instituciones de educación superior? Esa resiliencia de comunidad, de comunidades concéntricas, que admita más que lecciones para el momento, aprendizajes trascendentales más allá de las generaciones que poblamos una institución, un país o un mundo. Puede ser si decidimos que definir la flexibilidad en favor de nuestras mejores prácticas docentes como adultos quiere decir ser empáticos, hacer valer nuestra autoridad moral como docentes, donde con dignidad lidiamos como mejor podemos con la incertidumbre, mediante nuestra mejor capacidad de adaptación, de imaginación y colaboración.
Lo que nos decimos todas y todos como comunidad, al ser empáticos y solidarios, es que sí tenemos serias posibilidades de salir mejor que antes si hacemos valer el sentido de colectividad, que en mucho está plasmado en los significados profundos de nuestro modelo educativo, el Sistema Modular, en donde podemos aspirar a comprendernos, deconstruirnos frente a lo que ahora nos sucede y replantearnos aquello en lo que las circunstancias actuales nos demandan: precisamente el adaptarnos sin perder nuestra esencia.
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