Publicación bimestral de la Coordinación de Extensión Universitaria

Cobertura UAM Xochimilco

Expertos abordan los des-bordes de la violencia en territorios escolares

El reciente acto de violencia, en el cual un alumno perdió la vida en el territorio escolar, se ha manifestado con fuerza en las voces estudiantiles que exigen seguridad al interior de las instituciones de educación media superior. Para comprender los distintos rostros de la violencia en los jóvenes, es necesario una postura plural frente a este fenómeno con disciplinas que colaboran con el campo psicoanalítico (psicología, sociología, pedagogía, filosofía, antropología).  

El maestro Martín Ponciano Sosa, miembro del Círculo Psicoanalítico Mexicano, al participar en la mesa de diálogo Des-bordes de violencia en los territorios escolares, organizada por Orientación Educativa, de la Coordinación de Desarrollo Educativo, de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco (UAM-X), sostuvo que los desbordes son actos que exceden los límites de lo tolerado, sin olvidar que éstos tienen su origen generalmente en la familia.

En el auditorio Jaime Kravzov Jinich, el psicoanalista indicó que “la violencia se proyecta en el territorio escolar con discursos impuestos por el grupo dominante y establece un modo relacional, a menudo de naturaleza narcisista, que va de la violencia estructural y simbólica hasta las aquellas situaciones que se expresan de forma explícita”. 

Explicó que existen otras formas de violencia que estallan y desbordan los marcos institucionales, pues cuando se habla de “des-bordes”, nos referimos no sólo a los actos que exceden los límites de lo tolerable, sino también a los límites mismos del lenguaje. Por ello, “habría que repensarse si los agresores que cometen estos actos experimentan cierto placer o si desde el inconsciente piensan en la destrucción o muerte del otro”, dijo. 

Aquí, “el goce se entiende como aquel placer mortífero llevado al extremo, que da lugar a la violencia en todas sus expresiones: homicidio, agresión sexual, suicidio o crimen. Entonces, se puede decir que la violencia es un fenómeno que se impone al sujeto desde el exterior que no puede ser interiorizado”, acotó.

Así, lo simbólico, la identidad, los límites, los entornos virtuales y la angustia muestran cierta asociación en los actos violentos. “Lo simbólico es como aquello que tiene una cierta imposibilidad de representarse en la psique frente a un acto violento”, ya que el sujeto no puede interiorizar la ley, el orden y la norma, entre otros significantes, que llegan de afuera y que el sujeto agresor ve como un reto.  

El reto —continuó— está en transgredir la ley. El agresor se apropia de dichos como “la ley se hizo para romperla” y la caída de esos significantes no sólo aparecen en la institución familia, sino también en la escuela.

El concepto de identificación se da tanto personal como grupal desde un imaginario que busca en grupos alternos aquello que no encuentra en la familia o en la escuela. “Los grupos formados por identificación se estructuran en grupos superiores, entre iguales e inferiores; los dos primeros, están en el orden de lo intolerable, pero no de lo imposible, ya que ponen al individuo a reflexionar sobre sus propias identificaciones”, pero la postura inferior hace posible el des-borde. 

Cuando el lazo social se encuentra en la postura inferior generará violencia, pues “es posible que detrás de este tipo de identificación haya una forma de eludir la angustia y se impondrá el discurso dominante sobre el discurso de los otros grupos”, dijo. 

Al referirse al estudiante asesinado por un joven de 19 años en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), de la UNAM, señaló que éste fue un des-bordamiento del pasaje al acto. Pareciera que el agresor no se siente avergonzado ni con sentimientos de culpa, donde el crimen aparece como el placer de transgredir un significante de la autoridad. 

Sigmund Freud llamó “principio de realidad” a la capacidad en la que el sujeto debería sofocar sus pulsiones, mismas que se entienden como aquellos impulsos psíquicos que se originan en el cuerpo como una tensión somática a ser descargada, “hoy descubrimos que es fácil vivir en un mundo virtual e imaginario que aparta al sujeto precisamente de esta realidad”.  

Martín Ponciano agregó que “el sujeto vive en su individualismo al lado de ese goce en soledad, muchas veces acompañado de técnicas eróticas o fetichistas que están puestas en la virtualidad accesible para todos. Ahí donde hay pobreza humana, ahí donde está casi nula presencia del otro, ahí donde el yo egocéntrico encuentra consigo mismo un placer mayor”, dijo.

En el mundo virtual, las personas actúan, interactúan y experimentan el mundo a través de entornos y herramientas digitales en comunidades on line, lo cual “repercute en las emociones y la percepción de la realidad”. Así, el uso descontrolado de Internet y las redes sociales puede llevar a patrones de comportamiento adictivo, abundó.

El doctor en Antropología citó a Freud cuando decía que la cultura se edifica sobre la sofocación de las pulsiones, ya que no hay cultura sin malestar. Después aparecieron conceptos como la resistencia, la represión y la negación, entre otros mecanismos de defensa ligados a la negatividad, que los sujetos debían sostener, “ahora hay permiso para hacer casi todo e incluye aquellos deseos pulsionales que el sujeto ya no quiere sofocar”. 

Freud y Lacan parten de la lógica de las pasiones, en el sentido en el que éstas vienen de la vida pulsional de los sujetos e incluso son más fuertes que los intereses de la propia razón. “El cuerpo es atravesado por esos afectos y pasiones donde aparece el deseo, un deseo que hace sufrir al sujeto, un deseo que lo vuelve inquieto y lo empuja a la acción en busca de su satisfacción”, agregó.

                Las crecientes formas de angustia, depresión y ansiedad de nuestros días develan los síntomas que el sujeto vive por su falta o vacío existencial. “Para apagar estos estados de ánimo aparecen las sustancias adictivas que prometen desde lo imaginario cubrir esa falta y ese vacío existencial”.

El capitalismo, dijo, vende esta angustia como estrés para desligar este asunto de lo clínico. Lo permitido es el placer y el goce pulsional individual o en grupo que libera las culpas conscientes, pero la culpa inconsciente sigue apareciendo. El sujeto violento y perverso sólo pretende imponer sus leyes que van a estar por encima de las leyes de la cultura y de la educación.

En esta mesa de diálogo también participó el doctor Rogelio Araujo Monroy, egresado de la licenciatura en Psicología Social, de la UAM Iztapalapa, y fundador de la Organización Por el Gusto de Saber, A.C. Es autor del modelo Barrios Terapéuticos y miembro del Observatorio Internacional sobre Políticas de Drogas, del Centro de Investigación Interdisciplinaria de la Ciudad de México y el Observatorio Institucional de Violencia Social y de Género. 

     Araujo Monroy recordó que, tras los sismos de 1985 y la emergencia de la Banda Los Panchitos y los Mierdas Punks, la explicación oficial y generalizada sobre este fenómeno fue que las pandillas estaban conformadas por jóvenes “desviados”, producto de la marginalidad vivida, cuya condición los llevaba a delinquir y a ser parte de un ejército de reserva de delincuentes en la calle.

Enfatizó que los des-bordamientos se dan cuando las instituciones “estallan” en su marco normativo y pierden el sentido educativo para lo cual fueron creadas. Lo sucedido con el asesinato del joven del CCH, en el sur de la Ciudad de México, exige la reflexión que impida la normalización de la violencia es los territorios escolares.