Dra. Eli Bartra
Profesora distinguida de la UAM Xochimilco
Voces de los docentes
En realidad, de las aulas no nos hemos retirado nunca, las clases universitarias virtuales han funcionado durante toda la pandemia prácticamente desde un inicio. La cuestión más bien es el regreso presencial al cien por ciento.
Estos largos meses de pandemia se caracterizaron, entre muchas otras cosas, por la incertidumbre. En el presente seguimos igual, enfrentando un futuro inmediato brumoso, desconocido. No sabemos cuándo descenderá la curva de contagios o si disminuirá hasta el punto de convertirse en una enfermedad endémica —como se predice— o si habrá otra variante con otra curva ascendente de contagios aún más pronunciada que la producida por Ómicron. No sabemos nada con certeza, ni siquiera las personas dedicadas a las ciencias, pues vemos que diariamente se contraponen sus opiniones. Con respecto a cómo se siente el personal docente ante la necesidad de la enseñanza a distancia, también varían enormemente los sentires y las consideraciones que, además, cambian con el tiempo. En lo personal, al principio me costó trabajo la parte tecnológica así como familiarizarme con tales herramientas, pero una vez superado ese aspecto me parece una forma fantástica de dar clases. Viviendo en la Ciudad de México, aunque no estoy lejos, ir a la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, representa meterme en el tráfico y lidiar con ello antes y después de las clases. Se pierde tiempo, energía y salud inconmensurable. Esto se evita al usar una plataforma como Zoom. Además, no es preciso levantarse tan temprano y alistarse para salir a la calle. De última, hasta sin bañarse y en pijama se puede estar en clase.
O sea, el tiempo se aprovecha mucho mejor, trabajamos más y no menos; no nos dedicamos a picarnos el ombligo.
Ahora bien, la parte humana de ver a las personas de cuerpo entero, físicamente, es algo fundamental para el proceso de enseñanza-aprendizaje. El lenguaje corporal es parte esencial de la comunicación interpersonal y ésta sin duda se ve reducida a su mínima expresión.
Como docente, no extraño trasladarme a la universidad e ir de oficina en oficina o de cubículo en cubículo haciendo trámites y viendo gente para arreglar cosas. Estar en un aula con muy escasa ventilación o pelándome con el frío, tampoco. Llevo casi 45 años en la UAM y me sé de memoria lo que es posible tener o no tener ahí. Y, en estos momentos de mi vida, casi todo lo que puedo recibir y dar es por vía digital, de manera remota.
Pero no es así, lo sé, para el estudiantado, y menos para el de nuevo ingreso. Estoy convencida de que una buena parte de su enseñanza la adquieren fuera de las aulas, en todo aquello que les ofrece una universidad pública como la nuestra en términos de cuestiones extracurriculares, así como en el intercambio intelectual y lúdico con la comunidad universitaria.
Otra de las enormes ventajas que pueden rescatarse con respecto a la modalidad a distancia es que, tanto en las
presentaciones como reuniones e incluso en las clases, puede estar presente en una misma aula virtual gente de distintas partes de México y del mundo. Esto, creo, llegó para quedarse. Por ejemplo, los congresos, coloquios o encuentros internacionales pueden ser excelentes u horrendos de la misma manera que si fueran presenciales. Unos salen muy bien y otros no, sin que en ello tenga que ver necesariamente la forma remota; pero, sin duda alguna son más económicos.
Ojalá la pandemia haya servido —entre otras cosas— para que en nuestra Universidad se remodelen las aulas, a fin de tener una ventilación adecuada (libre de asbesto), lo cual ayudaría, además, a evitar los consabidos contagios anuales de las gripes estacionales.
Voces de los docentes