Letras en línea
Edgar Alberto Ortiz Tirado
Licenciatura en Psicología
División de Ciencias Sociales y Humanidades
Por la tarde el gato me trae un ave moribunda, la deja al pie de mi cama y maúlla. Le agradezco por la comida, pero al extender la mano para acariciarlo huye de mi alcance, sólo veinte centímetros para evitar el contacto. Veinte fríos centímetros, necesarios para establecer que no soy digno de tocar su negro pelo. Tal vez estoy sucio.
-Ok gato, ¿tú sí puedes tener lástima de mi inútil condición para ir de cacería, pero no la suficiente para darme tantito contacto físico?
-Miau– “En efecto”, ¿habrá querido decir?
Después de aquel desprecio, dirige su mirada hacia los libros de la repisa azul, se retira de la habitación en el momento justo en que Moby Dick cae al piso. Me levanto a recoger el libro y la víctima fatal del impacto es una mosca. Ahora dos cadáveres se encuentran ante mí, mientras el asesino deja la escena de su más reciente crimen con más elegancia que culpa y sin voltear la mirada. Corrijo, se supone que me coma el ave, un cadáver entonces.
No tiene nombre, sólo ese, “gato”. Cuando llegó por su cuenta hace unos meses, nadie preguntó su nombre, lo alimentamos. La tarde del primer día del año se coló en el patio y se posó bajo el almendro, extendió todo su ser y desde entonces tenemos gato. Poco a poco fue abriéndose a nosotros, poniendo una patita en el piso de la sala, tomando su lugar en la en ese sitio después. Imperturbable y sólo volteando a vernos por si acaso decidíamos no esquivarlo. Pero ya sea porque nombrar algo o a alguien le agrega cierto sentimiento de pertenencia a los objetos, personas, y en este caso animales, nadie se ha preocupado por sentarse a platicar con él y preguntarle su nombre.
En respeto a ese detalle que nadie toma, me dirijo a él por su especie, a la entidad universal que representa: el gato. Que es a la vez mi gato y todos los gatos. No importa, igual nunca responde a mi llamado y vaya que he intentado usar otros nombres para él: Melquíades, por enigmático; Aureliano, por aventurero; Florentino, por solitario y, obvio, por vestir de negro, pero a ninguno de estos responde. Crítico su estado, no es fan de García Márquez.
Certero.
Muy certero.