Publicación bimestral de la Coordinación de Extensión Universitaria

Cauce en línea

La UAM Xochimilco: un escape a la vida

Gabriel Carrillo Reyna
Estudiante de la licenciatura en Economía, DCSH
UAM Xochimilco

Voces de los estudiantes

Foto: José Ventura Fuente

Si alguien, hace poco menos de dos años, me hubiera avisado de manera premonitoria sobre el cambio sustancial que tendría el modus vivendi que conocíamos, no sólo las y los estudiantes sino el resto del mundo, muy probablemente me hubiera reído; sin embargo, a más de 600 días inmersos en una pandemia que no parece tener fin, me he dado cuenta de la importancia que tienen los cambios y cómo nos enfrentamos a ellos.

Madurar es saber cómo reaccionar ante cualquier situación. Y es que la cuarentena nos ha hecho sensibilizarnos sobre temas que antes parecían no ser relevantes, como ver a la muerte en el umbral de tu casa, esperando el momento oportuno para llevarte sin razón aparente. Vivir con el miedo al contagio o con el suplicio de ver a un ser querido enfrentarse a lo desconocido, nos nubla los ojos de paranoia y parece que todo el entorno augura un malestar inexorable: es desgastante y triste. A veces pensaba, ¿seguir vivo vale la pena, realmente?, y me cuestionaba si el precio que pagamos —nuestra salud mental y física— ha sido una buena moneda de cambio.

Aunque para ser francos, lo que más extraño es ir a la Universidad. Yo sé que suena muy egoísta decir algo así, pero es que soy parte de esta precaria generación a la que desde pequeño se le metió la idea de que ir a la universidad sería entrar a la mejor etapa de tu vida (y he aquí lo más trágico: ¡en verdad sentía que estaba en ella!).
De repente se me arrebató, a mí y a cientos de miles de estudiantes que fuimos exiliados(as), lo que conlleva ser universitario(a). Porque sí, entrar a las clases presenciales es importantísimo y disfruto mucho estar dos horas frente a un profesor o profesora que ante una pantalla; extraño tener en la banca de al lado a mi amigo que me da una sonrisa de complicidad cuando ambos no entendemos nada de lo que hay en la pizarra. Quiero regresar al césped que al acariciarme sanaba mi piel después de una ardua jornada de estudio; necesito de esos momentos donde corría de un salón a otro y veía a las ardillas en los arboles echándole ojo a la comida de parejas distraídas. Porque la universidad es donde conoces todas las herramientas académicas y pedagógicas que te preparan para el trabajo, sí, pero además te regala momentos no estrictamente académicos, pues las situaciones cotidianas van más encaminadas a curar el alma.

Confieso que siento lástima por aquellos(as) que no regresarán, por quienes aún no conocen ni siquiera su plantel y también a quienes como yo nos sentimos extranjeros de nuestra vida, que le pertenece ahora a un virus que se aferra al mundo como la rata al queso.

Por eso es necesario regresar a las aulas; se están preparando buenos profesionistas, pero habría que cuestionarse si también buenas personas, porque antes de ser un médico, un biólogo o la profesión que uno se imagine, primero somos humanos, y el interactuar con otras personas de nuestra formación es enriquecedor, al limitarnos me parece de lo más descabellado que nos puede suceder.

Enfrentar los retos que conlleva el regreso a clases es complicado, pues es un asunto de muchas aristas al que nadie se quiere enfrentar, pero ¿vale la pena seguir perdiendo actividades que son relevantes para nuestro desarrollo? Las autoridades deberían dejar de lado esta dicotomía entre las opiniones de unos y otros para comenzar una mediación sensata que nos haga regresar a lo que era la Universidad: un escape de todo lo que la vida nos golpea.

Foto: José Ventura Fuente

Voces de los estudiantes


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