Publicación bimestral de la Coordinación de Extensión Universitaria

Cauce en línea

El COVID-19 y la salud mental

Mtro. Jesús Alberto Limeta Meléndez[1]

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Quiero ir con aquel a quien amo. No quiero calcular lo que cuesta. No quiero averiguar si es bueno. No quiero saber si me ama. Quiero ir con aquél a quien amo.

BERTOLT BRECHT

La enfermedad que ataca las vías respiratorias de los seres humanos, registrada desde diciembre de 2019 en la ciudad de Wuhan (provincia de Hubei, China), es parte de los llamados “coronavirus”, los cuales son una familia de virus conocidos por causar enfermedades tanto en animales como en seres humanos, que van desde el resfriado común hasta enfermedades más graves, como el síndrome respiratorio por coronavirus de Oriente Medio, el síndrome agudo grave (respectivamente MERS-COV y SARS, por sus siglas en inglés) y el nuevo coronavirus descubierto recientemente (Mendoza, E. 2020).

Esta enfermedad denominada SARS COV-2 COVID-19, fue descubierta en el año 2019 y se propagó rápidamente en varios países como Tailandia, Corea del Sur, Japón, Italia y España, entre otros. Por ello, el 3 de febrero de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó el “Plan Estratégico de Preparación y Respuesta” dirigido a la comunidad internacional para ayudar a los Estados con sistemas de salud más frágiles a protegerse. No obstante, fue hasta el 11 de marzo de 2020, que la OMS, alarmada ante los niveles de propagación de la enfermedad por su gravedad e inacción a nivel global, determinó que el COVID-19 era una pandemia.

¿Qué es una pandemia? A diferencia de una epidemia que se registra sólo en una zona determinada —por ejemplo, un país o países cercanos al brote—, se habla de pandemia cuando una enfermedad sobrepasa una zona geográfica específica y llega a diversos países distantes al brote incluso a nivel continental. Esto ocasiona una crisis sanitaria mundial, ya que la enfermedad no es controlada ante la falta una vacuna que pueda disminuir su contagio.

Si bien es cierto que la preocupación principal es el estado de salud físico de las personas, también es indispensable conocer su estado de salud mental, dado que toda perturbación en el aspecto físico, biológico y social impacta en el aparato psicológico de la gente en la sociedad. Por ello, es importante que se atienda y se valore la estabilidad mental de la población ante esta crisis.

Hablar de crisis nos remonta a los inicios del siglo XX. Uno de los primeros autores en explicar la perturbación psicológica como resultado de la exposición a factores psicosociales —principalmente aquellos presentes durante la infancia— fue Freud, cuyo modelo aportó bases importantes para la comprensión y abordaje del desequilibrio emocional (Hoff, 2001, en Rendón y Agudelo, 2011).

Así, encontramos que una crisis se considera como un estado temporal de trastorno y desorganización, caracterizado principalmente por la incapacidad del individuo para abordar situaciones particulares, utilizando métodos acostumbrados para la solución de problemas y por el potencial para obtener un resultado radicalmente positivo o negativo (Slaikeu, 1996).

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En esta situación intervienen tres tipos de factores:

  • La gravedad del suceso precipitante: la muerte de algún familiar o un ataque físico parecen tener por sí mismos el potencial para desencadenar una crisis.
  • Los recursos personales: puede ser que se haya nacido con ellos o se adquieran con la experiencia vital, pero existen personas mejor dotadas que otras para manejar las tensiones de la vida.
  • Contactos sociales concurrentes al momento de la crisis. ¿Quién está disponible para ayudar con las consecuencias inmediatas al suceso de la crisis, y qué clase de auxilio proporcionan dichos asistentes? En tanto que las crisis se caracterizan por un colapso en la capacidad para resolver problemas, la ayuda externa es fundamental para deter- minar cómo sortearán los individuos esta serie de cambios (Slaikeu 1996, en Álvarez Martínez, Andrade Pineda, Vieyra Ramos et al., 2020).

¿Qué hacer ante tal panorama disruptivo? Primero, entender el proceso y mantener la calma. Esto es, comprender el contexto y la importancia sanitaria que esto conlleva. Asimismo, afrontar los pensamientos irracionales que pueden invadirnos. Necesitamos identificar si dichos pensamientos son: automáticos (no son voluntarios), infundados (irreales) o estresantes (irritables). Cuestionarse ¿esto me sirve?, ¿esto es real?, ¿realizo las recomendaciones para evitar el contagio?, ¿estoy cuidando de mí y de mis seres queridos?, ¿los médicos realmente están matando gente? Es decir, racionalizar las intrusiones que nos llegan a la mente y que no son beneficiosas para prevenir dicho virus.

Segundo, comprender nuestras emociones. Las reacciones esperadas ante este panorama es el shock mismo ante el evento, generalmente acompañado de desconcierto, desasosiego y perturbación:

Estas reacciones pueden considerarse como normales si se toma en cuenta lo que se experimenta frente a situaciones extremas de destrucción y/o pérdida. Desde el punto de vista psicológico, los sucesos violentos parecen ejercer un efecto que impide temporalmente a las personas comprender la gravedad de la situación y con frecuencia las víctimas de un desastre presentan dificultad para interpretar las experiencias complejas, sobre todo cuando es difícil identificar los factores que las generan (Álvarez Martínez, Andrade Pineda, Vieyra Ramos et al., 2020).

Halpern hace una descripción de los síntomas más frecuentes en las personas que atraviesan por una crisis: a) sentimientos de cansancio y agotamiento; b) sentimientos de desamparo; c) sentimientos de inadecuación; d) sentimientos de confusión; e) síntomas físicos; f) sentimientos de ansiedad; g) desorganización del funcionamiento en sus relaciones laborales; h) desorganización del funcionamiento en sus relaciones familiares; i) desorganización del funcionamiento en sus relaciones sociales; y j) desorganización en sus actividades sociales (Halpern, 1973, en Rendón y Agudelo, 2011).

También podemos interpretar nuestras emociones de la siguiente manera:

  1. Hipotimia: estado de ánimo decaído o bajo (triste, afligido, sin que llegue a ser depresión clínicamente diagnosticable).
  2. Ansiedad: estado de tensión elevada, preocupaciones constantes, nerviosismo, irritabilidad, etcétera. No hace referencia al trastorno, sino a la ansiedad como síntoma.
  3. Irritabilidad: hostil, poco receptivo a la crítica, difícil de consolar, entre otros.
  4. Aplanamiento: rango limitado de expresión emocional; no responde adecuadamente a la estimulación ambiental.
  5. Enfado: reacción rabiosa y exagerada ante una situación que se valora como negativa (Lloret Sirerol, 2020).
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Para ello, Lloret, nos propone tres técnicas de afrontamiento: 1) respiración controlada, que consiste en una serie de repeticiones respiratorias, lo que nos permitirá mantener la calma en tres pasos: a) respirar lentamente elevando el pecho mientras se cuenta hasta el número diez; b) mantener el aire durante diez segundos más, y c) exhalar lentamente por otros diez segundos; 2) meditación, como técnica que reside en pensar, imagi- nar y crear escenarios provechosos para nosotros y reparar en recuerdos agradables mediante respiraciones controladas; y por último 3) actividades placenteras, es decir, todas aquellas actividades que son agradables a las preferencias personales, desde leer un libro, escuchar música, mirar una serie o conversar.

Sin embargo, existen también otros síntomas que pueden considerarse patológicos, por ejemplo:

Cursar con pesadillas, recuerdos constantes sobre el evento, irritabilidad, dificultad para conciliar el sueño, evitar los estímulos asociados con él; se puede tener la sospecha de que presenta probablemente un Trastorno de Estrés PostTraumático y requerirá atención especializada por Psiquiatría (Álvarez Martínez, Andrade Pineda, Vieyra Ramos et al., 2020).

Entre ellos, el insomnio se manifiesta como uno de los pro- blemas más recurrentes, el cual disminuye la calidad del sueño y mantiene varios procesos, por ejemplo: a) la dilación entre el estado de vigilia y el sueño; b) despertar frecuentemente y no poder reconciliar el sueño, y c) no cumplir con las ocho horas de reposo promedio que permite un descanso pleno y compen- sación de energía (Lloret Sirerol, 2020).

Ante estos eventos, estamos hablando de un hecho traumático que puede reflejarse, desde un estrés agudo a un estrés postraumático. Es aquí donde es necesario solicitar ayuda de un profesional. Sin la ayuda psicológica o psiquiátrica, los signos y síntomas pueden volverse severos y disminuir la calidad de vida de la persona afectada. En caso de no encontrar ayuda profesional de forma inmediata, pueden aplicarse los Primeros Auxilios Psicológicos (PAP).

Los objetivos de los pap son los siguientes:

  • Auxiliar a las personas a afrontar la crisis brindando apoyo, procurando calma y seguridad, facilitando la expresión de sus emociones y alternativas de solución de problemas para ayudarles a conectarse con sus redes de apoyo o con las instituciones que proporcionen los servicios que requiera.
  • Evaluar en cualquier momento de la intervención el riesgo suicida o conductas de riesgo que pongan en peligro la vida del paciente y referirlo a atención especializada (psiquiatría) (Álvarez Martínez, J.; Andrade Pineda, C., Vieyra Ramos, V et al. 2020).

La importancia de los pap radica en que son la primera línea de la psicología en situaciones de crisis. Pueden ser aplicados por cualquier persona —sin necesidad de que tenga licenciatura en psicología; sin embargo, se debe tener un entrenamiento específico en la administración de estos— como los primeros en responder o personas que están en el momento de la crisis: padres de familia, policía, sacerdotes, médicos, enfermeras, trabajadores sociales, maestros o estudiantes, y se concentra en minutos u horas.

Se lleva a cabo en casi cualquier lugar, denominado “ambiente informal”, como: hospitales, iglesias, hogares, escuelas, lugar de trabajo, líneas telefónicas de urgencia e incluso videollamadas. El objetivo principal de los PAP es restablecer el equilibrio, brindar apoyo y contención; reducir el riesgo suicida y referir hacia atención especializada en caso necesario (Álvarez Martínez, Andrade Pineda, Vieyra Ramos et al., 2020).

Otro punto importante por considerar es la Intervención en Crisis (IC). Se trata de una mediación dirigida a auxiliar a la persona y su familia con el objetivo de ayudarle a procesar el impacto emocional y físico de un evento traumático y favorecer el desarrollo de nuevas habilidades para afrontar la vida (Slaikeu, 1996). La IC es el segundo paso que refiere a un proceso terapéutico breve que va más allá de la restauración del afrontamiento inmediato y se encamina a la resolución de la crisis de manera que el evento se integre a la trama de vida del paciente con el fin de que sea resiliente (Álvarez Martínez, Andrade Pineda, Vieyra Ramos et al., 2020).

La IC se puede llevar a cabo por personal de la atención de la salud, como pueden ser psicoterapeutas. También puede ser aplicada por orientadores en psicología, psiquiatría, trabajo social, consejería pastoral, enfermería psiquiátrica, orientadores vocacionales, entre otros. La duración de la IC puede ser de varias semanas y se aplica en lugares denominados “ambientes formales”: clínicas, centros de salud mental, centros de día, consultorios o una oficina escolar.

Si nos encontramos ante situaciones estresantes, el confinamiento en casa y la sana distancia también obstaculizan la terapia de forma presencial; sin embargo, las nuevas tecnologías coadyuvan en la atención psicológica, como líneas telefónicas de auxilio y/o emergencias y videollamadas. Existen varias organizaciones, universidades o departamentos gubernamentales que colaboran en una red de apoyo para la atención psicológica de la sociedad civil ante esta situación de crisis a las que nos enfrentamos.

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[1] Egresado de la Licenciatura en Psicología en la UAM Xochimilco.

Referencias

Álvarez Martínez, J.; Andrade Pineda, C., Vieyra Ramos, V., Esquivias Zavala, H., Merlín García, I., Neria Mejía, R. y J. M. Bezanilla Sánchez Hidalgo. 2020. Manual operativo del Curso Emergente para la Brigada de Atención Psicoe- mocional y Psicosocial a distancia durante la pandemia de la COVID-19 en México. Módulo 1. Ciudad de México: Psicólogos Sin Fronteras México-Centro de Intervención en Crisis.

Gómez, X. 2020. Cuidando mi salud mental durante el COVID-19. Asociación Mexicana de Psicología Hospitalaria. Vol. 1. Disponible en: http://difzapo- pan.gob.mx/cuidando-mi-salud-mental-covid-19/.

Lloret Sirerol, C. 2020. Guía Ψ: Afrontamiento psicológico del diagnóstico de coronavirus (COVID-19). Edición en español.

Mendoza Fuentes, E. 2020. Trasplantes de órganos en la era del covid-19. Puebla, UDLAP. Comunidad de egresados. Disponible en: https://cegresa- dos.udlap.mx/transplantes-de-organos-en-la-era-del-covid-19/.

Rendón, M. I. y Agudelo J. 2011. “Evaluación e intervención en crisis: retos para los contextos universitarios”, en Hallazgos, vol. 8, núm. 16, p. 219-242. ISSN: 1794-3841.

Slaikeu, K. 1996. Intervención en crisis. Manual para práctica e investigación (2a. ed.). Ciudad de México, Universidad Autónoma del Estado de México / Manual Moderno.