Publicación bimestral de la Coordinación de Extensión Universitaria

Cauce en línea

El medio ambiente en los tiempos de pandemia

Jordan Golubov[1]
Patricia Koleff[2]

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El cólera se le convirtió en una obsesión. No sabía de él mucho más
de lo aprendido de rutina en algún curso marginal, y le había parecido inverosímil que sólo treinta años antes hubiera causado en Francia, inclusive en París, más de ciento cuarenta mil muertos.

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
El amor en tiempos de cólera (1985)

La humanidad parece haber olvidado o no haber aprendido —o muy poco— de pandemias anteriores, y por ello pare- ce inverosímil que la pandemia actual de COVID-19, causada por el virus SARS-COV-2, haya tomado por sorpresa a casi todo el mundo, aunque no a quienes lle- van ya varios años estudiando diversas enfermedades emergentes (Woolhouse, 2008). Varios de estos investigadores, incluso tenían ya la hipótesis de que un virus de esta misma familia iba a tener repercusiones de gran magnitud y que lo mejor que se podía hacer era prepararse para ello.

Los virus son parte de la biodiversidad con la que convivimos todos los días; están conformados por material genético de ácido desoxirribonucleico (ADN) y ácido ribonucleico (ARN), una capa protéica y en algunos casos una capa lipídica, que requiere de células vivas de otros organismos para reproducirse. La mayor parte de los virus infecta a bacterias y a otros microorganismos, lo cual es fundamental para los ciclos biogeoquímicos globales (Vispo, 2017); también se sabe que muchos millones de microorganis- mos viven en el cuerpo humano, y la ma- yoría no son patógenos (Popgeorgiev et al., 2013).

A la fecha se han identificado más de 1400 organismos infecciosos que son patógenos en humanos, incluyendo 217 virus y priones, 538 rickettsias y otras bacterias, 307 hongos, 66 protozoarios y 287 helmintos (Taylor et al., 2001), los cuales representan 29 de las 96 causas de morbilidad y mortalidad humana enlistadas en la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2020) y cerca de 25 por ciento del total de defunciones (1.4 millones al año). Se han documentado al menos 335 enfermedades infecciosas en humanos entre 1940 y 2004, la mayoría de ellas (60.3 por ciento) son causadas por patógenos zoonóticos (es decir, que tienen su fuente en un animal no humano). Más aún, 71.8 por ciento de esas enfermedades zoonóticas tienen su origen en la vida silvestre (Jones et al., 2008); a éstas podemos añadir las más recientes, como el síndrome respiratorio agudo grave (SARS 2002-2003), el síndrome respiratorio de Oriente Medio (por sus siglas en inglés, MERS, 2012) y Ébola (2014).

Las zoonosis: interacciones en un planeta vivo

Las zoonosis son un fenómeno natural que resulta de las interacciones entre especies y son una consecuencia de la evolución y ecología del patógeno que llega a nuevos hospederos y se adapta a nuevas condiciones. Los diferentes organismos patógenos y no patógenos han evolucionado de manera conjunta con el humano (Ledger y Mitchell, 2019); por ejemplo, hay evidencia de parasitismo desde hace más de 10000 años y de manera continua a lo largo de la evolución del hombre (Sianto et al., 2009), y enfermedades como la lepra (producida por dos especies de Mycobacterium) han cambiado muy poco desde la época medieval (Schuenemann et al., 2013).

En el caso específico de la familia de los coronavirus (SARS, MERS y SARS-COV-2), la evidencia sugiere que los huéspedes evolutivos (cuando la secuencia de los virus son homólogos) son los murciélagos en los cuales existen virus que no causan una patología (Rico-Chávez et al., 2015). Es probable que en los casos de los coronavirus patógenos en humanos exista un intermediario animal que no es el murciélago (Ye et al., 2020), por lo que no podemos atribuirles el mal reciente que nos aqueja.

Sin embargo, hay que destacar tres factores principales que han incrementado dichas zoonosis: la destrucción de hábitat, la conectividad global y el tráfico y explotación de especies silvestres para uso humano, por lo que literalmente “hemos invitado a nuestro asesino a cenar”.

Zoonosis
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Las coincidencias de las secuencias en la información genética de virus en pangolines malayos encontrados en China (cerca de donde fue el brote inicial de SARS-COV-2) con los encontrados en murciélagos Rhinolophus affinis y humanos (Zhang et al., 2020) en una misma zona geográfica (el mercado de Wuhan) son una combinación que no pudo haberse dado de manera natural de no haber sido por la intervención humana y el transporte de especies desde su zona geográfica de origen.

La transformación de los ecosistemas terrestres por la deforestación, fragmentación, invasiones biológicas y sobreexplotación por tráfico de especies que llevan a la pérdida de biodiversidad, abre oportunidades para que los patógenos (que además, naturalmente van mutando) puedan saltar de hospederos e infectar a otras especies, incluyendo al hombre. El hecho es que las infecciones de nuevas especies hacen que cambie su patrón de distribución y tengan la posibilidad de invadir nuevos sitios. Como todas las invasiones biológicas, hay factores que permiten que sean exitosas, como la frecuencia y abundancia del organismo de la especie con potencial invasivo y la capacidad de transportarse a un sitio que presente condiciones idóneas para su establecimiento. En los humanos una epidemia se favorece debido a la densidad de población (muchos sujetos susceptibles) y movilidad (que incrementa la probabilidad de contagio), lo cual provee las condiciones idóneas para su expansión.

De esta manera, la combinación de la fuerte alteración ambiental, explotación y comercio de vida silvestre, así como la conectividad global fueron el crisol ideal para la actual pandemia, pero no es diferente a las anteriores de SARS (2002- 2004), A/H1N1 (2009) y Zika (2015-2016). Esto nos lleva a pensar que para contender con las enfermedades emergentes debemos de pensar no sólo en el manejo del patógeno, sino en las causas ambientales que facilitan su emergencia, propagación e impacto en el humano, que como se ha visto, tiene consecuencias en muy diversos ámbitos que rebasan la salud humana.

El papel del medio ambiente

La alteración ambiental se encuentra en niveles alarmantes en la historia de la Tierra, como lo demuestran las tasas de pérdida de biodiversidad, en cuanto a especies y poblaciones, así como de sus hábitats por la fragmentación y cambio de uso del suelo, la desecación y contaminación de cuerpos de agua, la introducción de especies exóticas invasoras y el cambio climático, los cuales han causado cambios a una velocidad sin precedente(Dirzoetal., 2014; Sarukhánetal., 2017).

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En ambientes relativamente poco transformados y diversos, la alta diversidad de bacterias y virus interaccionan con una gran diversidad de plantas y animales, y esa diversidad hace que la patogenicidad de virus y bacterias se diluya entre las múltiples especies biológicas con las que tiene contacto; es decir, el patógeno que puede afectar mucho a unos y a otros poco o nada y limita su dispersión gracias a dicha heterogeneidad de interacciones con hospederos. Este amortiguador ambiental hace que nos encontremos lejos, ecológicamente hablando, del contacto directo con muchos patógenos.

La degradación del ambiente ha causa- do que se degrade el efecto amortiguador y cada vez estemos más cercanos y expuestos a la diversidad biológica con la que compartimos el planeta (incluyendo los virus, bacterias y otros patógenos). Es justamente la diversidad biológica la que brinda un efecto diluyente ante una po- tencial enfermedad.

Debemos considerar que México ha perdido cerca de 25 por ciento de su cobertura vegetal y otro tanto se encuentra degradada; además, las tasas de cambio de uso de suelo y de deforestación —a pesar de haber disminuido en los últimos años— tienen un efecto sinérgico con otros factores de presión, como el cambio climático, las estrategias insostenibles de producción de alimentos, la expansión y la forma de crecimiento de ciudades, la desarticulación de políticas públicas —incluyendo la falta concientización sobre la importancia que tiene la biodiver- sidad en nuestra vida—, entre otros, todo lo cual está causando que nos encon- tremos más vulnerables a las zoonosis existentes en el medio silvestre y abre la posibilidad para generar epidemias im- portantes en un futuro próximo.

Lecciones aprendidas del conocimiento
de las invasiones biológicas

Desde hace un tiempo hay iniciativas para poder usar la Teoría de las invasiones biológicas en el contexto epidemiológico. Sin duda, hay similitudes sorprendentes: las notamos cuando empiezan a causar daños e impactos en muy diversos ámbitos (económico, social y de la salud), la proliferación rápida, adaptaciones a nuevos ambientes (hospederos en el caso de los patógenos), y empiezan a abarcar grandes escalas geográficas. Estas características son, sin duda, versiones del mismo fenómeno.

Recientemente Nuñez y colaboradores (2020) ejemplificaron de manera muy clara las similitudes entre las fases de las invasiones biológicas y las zoonosis emergentes. Esto nos pone ante la posibilidad de tratar las zoonosis de virus y otros patógenos en un contexto de invasión biológica en donde es posible identificar las fases y desarrollar estrategias para su detección temprana, así como la oportunidad de descubrir puntos críticos, manejo y control.

Pangolín
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Como en cualquier ejemplo de invasión biológica, la mejor herramienta que se tiene es la prevención, lo que significa identificar las fases más tempranas de una zoonosis (que son las más efectivas en términos de costo-beneficio), especialmente cuando el costo se convierte en salud. La evolución y desarrollo de atributos patogénicos en vida silvestres (por ejemplo, pangolines, murciélagos, ratones o camellos) puede disminuirse de manera importante protegiendo los ecosistemas naturales que actúan como un diluyente. Podemos aminorar o eliminar la transmisión a humanos controlando el tráfico de fauna silvestre, y reducir las epidemias identificando los patrones de dispersión y limitando el movimiento de especies.

La globalización, con el incremento de transporte de mercancías y personas, trae consigo la introducción de otros seres vivos, de tal manera que estamos facilitando el movimiento de especies que naturalmente no podrían llegar a regiones lejanas. Esto ocurrió con el SARS-COV-2, que a partir de la detección, en poco menos de tres meses se volvió una pandemia sin haber tenido lineamientos más claros acordados mundialmente para evitar su dispersión.

Es fundamental entender que podemos utilizar la Teoría de las invasiones biológicas y sus herramientas (análisis de riesgo y puntos críticos de control conocidos como HACCP) para buscar momentos clave, realizar las evaluaciones de riesgo (por grupo etario, zona geográfica, presencia de comorbilidades), establecer protocolos de vigilancia, aplicación de medidas correctivas que disminuyan la probabilidad de producir una epidemia y reducir los impactos generados principalmente a las personas y zonas más vulnerables.

Reflexiones

El regreso a la “vida cotidiana”, después de sumar más de 5.3 millones de casos por COVID-19 y más de 342000 muertes en el mundo (OMS, 2020) debe tener cambios profundos en toda la sociedad, los cuales involucran muchos ámbitos y en los que algunas medidas son personales, como mantener la distancia, los cambios en patrones de consumo y el uso de energía. Otras deben hacerse a diferentes es- calas: local, regional, nacional y mundial. Sin embargo, una de las cuestiones más relevantes de la pandemia del coronavirus es que ha dejado claro el efecto de los humanos sobre el ambiente; no se puede seguir apuntando como responsables a los pangolines y los murciélagos sin que la humanidad asuma la responsabilidad ética que le corresponde.

Además, es preciso tener claro que la existencia de la humanidad depende directamente del mantenimiento de la naturaleza, los hábitats y las especies en vida silvestre, lo cual nos lleva a crear mayor conciencia en quienes vivimos en las zonas urbanas (actualmente una mayoría respecto al medio rural, y cuya tendencia sigue en aumento), ya que la densidad de personas es un determinante para incrementar los contagios y hace más complejo levantar el confinamiento. Asimismo, se debe tener un consumo responsable que beneficie a nuestras comunidades campesinas rurales.

Afortunadamente, hay un creciente aumento de mercados locales que ofrecen productos orgánicos, justos y sustentables. No obstante, falta mucho por hacer para mejorar el vínculo de los humanos con la naturaleza, lo cual requiere reducir brechas de desigualdad de género y de pobreza que colocan a un elevado porcentaje de la población en situación de vulnerabilidad ante la pandemia al no tener, por ejemplo, en muchos casos, acceso a diversos servicios básicos.

Si bien se hacen compromisos mundiales para reducir emisiones de gases de efecto invernadero, existe la oportunidad de cambiar de paradigma energético. Parecía imposible, pero el confinamiento redujo la emisión de CO2 en el ámbito global en 17 por ciento para abril del 2020, comparado con los valores en 2019; hubo una disminución de 4 a 7 por ciento anual (Le Quéré et al., 2020; véase también Corlett et al., 2020), una cifra que se asemeja mucho a lo que debería de suceder si en realidad los seres humanos queremos evitar las consecuencias del cambio climático. Qué tanto cambie en el futuro tal situación depende en gran medida de un esfuerzo de una magnitud semejante a la que vivimos: un reto de proporciones gigantescas.

El confinamiento también ha permitido ver a varias especies de fauna silvestre en hábitats urbanos, periurbanos y otros que han sido transformados por las actividades humanas, lo cual deja entrever oportunidades de que las necesarias acciones de restauración ecológica, que requieren ser fortalecidas, pueden ser exitosas y nos permiten revalorar nuevamente a la biodiversidad y los múltiples bienes y servicios ambientales que nos brinda la naturaleza, producto de los procesos de los ecosistemas.

Hoy como nunca tenemos acceso a mucha información. De hecho, mucho de lo que hemos expuesto aquí se ha dicho en diversos foros, artículos científicos y en algunas notas periodísticas bien documentadas. Estamos ante una oportunidad única para reestablecer el vínculo con la naturaleza y aprender de esta pandemia, sobre la importancia de usar y brindar información certera, la necesidad de dar la prioridad a la salud, a la conservación y a la restauración del medio ambiente.

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Es vital cuidar y usar sustentablemente nuestra flora y fauna, las áreas protegidas y otras áreas silvestres, así como realizar cualquier nuevo desarrollo con las comunidades locales, tomando en cuenta las medidas necesarias para no incrementar el riesgo de extinción de numerosas especies y hábitats vulnerables. Es también fundamental fortalecer la investigación multidisciplinaria y la educación en general, para prepararnos, y así emprender acciones a tiempo, con protocolos adecuados de bioseguridad, para que las zoonosis y otras enfermedades emergentes no tengan consecuencias tan devastadoras como las que estamos viviendo con esta pandemia.


[1] Depto. El Hombre y su Ambiente, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco

[2] Dirección General de Análisis y Prioridades, Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad

Referencias

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